Por Miguel Borzutzky W.
Aldina Quintana es Profesora titular de Filología Española y Estudios Sefardíes en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Además es miembro de la Real Academia Española. Ella asevera que también entre los askenazíes que residen en Israel el Yiddish va por el mismo camino, porque ya los hijos de los ultraortodoxos no lo hablan, sino que se ha impuesto el hebreo.
Aldina Quintana se fascinó por el ladino mientras realizaba una maestría en la Universidad Abierta de Berlín. Le llamó poderosamente la atención la dialectología de este idioma y la historia que tiene detrás. Debido a que el fenómeno de la desaparición del ladino a nivel mundial son menos de cien mil personas que lo hablan es que ella se interesó en conversar con Revista Shalom para hablar sobre este triste fenómeno que es parte importante de la identidad y la herencia del Pueblo Judío tras la expulsión de España por los Reyes Católicos en 1492.
¿Existe alguna forma de detener que el ladino muera? Si son menos de cien mil los ladino parlantes, y son cada vez menos. ¿Cómo se puede revertir este fenómeno? Con el hebreo se logró, por ejemplo.
– Rotundamente puedo afirmar que no existe ningún medicamento para curar el estado agonizante del ladino. Habría que levantar un “Ladinoland” o “Ladinotierra” para conseguirlo. Esta imposibilidad tiene dos motivos fundamentales: Primero, es la actitud de los propios hablantes que han adquirido otras identidades -porque se identifican como judíos, no como sefardíes-; después son israelíes, estadounidenses, argentinos, chilenos o mexicanos. Segundo, es el rápido avance de la globalización ocasiona que cada hablante se vea obligado a seleccionar lenguas que le van a facilitar encontrar trabajo o ascender socialmente. Estas son las lenguas globales, sobre todo el inglés, después el español, chino, francés, etc.
Las lenguas de comunidades que han desarrollado una identidad muy fuerte y han encontrado en el nacionalismo su forma de expresión son las únicas que tienen posibilidades de sobrevivir al empuje de la globalización y la asimilación.
En este sentido, el ladino se encuentra en la misma situación que miles de otras lenguas amenazadas en el mundo, pero con la diferencia de que no se dan las condiciones para desarrollar una identidad sólida y crear un movimiento nacionalista.
Siendo Ud. la única Filóloga que investiga en Israel. ¿Cómo observa el desarrollo o retroceso de este idioma en ese país? ¿Observa interés en las personas por aprenderlo o mantenerlo?
– Yo diría que los hablantes de ladino en Israel no muestran interés por mantenerlo. No hay hablantes jóvenes y cada vez que un hablante de ladino -en general, son personas de más de sesenta años- se va de este mundo, hay un hablante menos. Por lo tanto, el número de hablantes desciende aceleradamente. Entre los jóvenes no hay interés por aprender ladino. En todo caso, aprenden español /castellano, porque siempre les puede ser útil para encontrar trabajo o para viajar por medio mundo. Sin embargo, tampoco los jóvenes tienen muchas posibilidades de aprenderlo. Sus padres ya no hablan ladino, por lo que ya hace, por lo menos, un par de generaciones que se ha dejado de transmitir. Tampoco se enseña en la escuela primaria o secundaria. De hecho, no hay un solo centro escolar en el que se imparta. Sólo en las universidades y con poco éxito, puesto que estos estudiantes se caracterizan por ser también personas mayores.
Hay que señalar que tampoco los sucesivos gobiernos de Israel han colaborado en la defensa de las lenguas que hablaban los judíos antes de la creación del Estado. Entro los políticos israelíes no hay ni la más mínima sensibilidad para este tipo de cosas.
¿Por qué quiso especializarse en judeoespañol? ¿Qué le llamó la atención?
– Realmente yo me empecé a interesar por el “judeoespañol” como tema académico, porque lo conocí a través de los estudios que existían. Fue en la Universidad Libre de Berlín. Me gustaba mucho la dialectología y así llegué a publicaciones académicas en las se describía. Me parecía una lengua fantástica y su historia fascinante. También me creía un montón de tópicos que se contaban en los libros y circulaban en los medios de comunicación, como la nostalgia por España, el amor a España, etc. Pero, la primera vez que personalmente conocí sefardíes y hablé con ellos -esto ocurrió en Salónica en 1988-, comencé a descubrir lo verdaderamente importante: el ladino y a los sefardíes. Comencé a entender que cuando un hablante de ladino decía “Mozotros semos viejos, semos los fijos de los djidiós ke Isabela i Ferdinan ekspulsaron de la Espanya” (Nosotros somos viejos, somos los hijos de los hijos que Isabel la Católica y Fernando de Aragón, expulsaron de España) no estaba expresando nostalgia por España, sino que su concepción del pasado se resumía en un “ayer” sin medida del tiempo. Así, la expulsión de 1492 había adquirido significado mítico, en la misma medida que cuando decían “Muestros padres k’estuvieron en Ayifto izieron kazas kon kanyas” (Nuestros padres que estuvieron en Egipto construyeron casas con caña). Nos habíamos alejado tanto que formábamos parte de dos mundos muy diferentes y me quedó muy claro, que en contra de lo que se suele decir, el ladino tenía su propia identidad, fuera del mundo hispano, y Sefarad había alcanzado el mismo grado de mitificación que aquel Ayifto (Egipto). Me sentí muy fascinada y todo esto me atrapó.
Ahora que llevo muchos años investigando el ladino, estoy convencida de que a desaparición del ladino y de las comunidades sefardíes es una gran pérdida para la humanidad.