Tanto nuestras reuniones laborales, clases escolares y universitarias, cambio de roles en la casa, visitas médicas etc…mutaban en sus procesos de gestión. Aprendimos a vestirnos de la cadera hacia arriba como los periodistas que leen noticias para aparecer en el zoom, video llamadas, meeting o cualquiera de estas aplicaciones que sustituyeron el auto y los tacos por una tecla que nos permite realizar todo desde el hogar. Pero, debo hacer una confesión: de cuarentena y cuarentona:
¡El zoom no camufla las canas! ¡Tampoco encubre las arrugas ni hace que la blusa se vea planchada! Y por lo mismo, cada vez que a nuestras residentes del Beit Israel les tocaba comunicarse con el exterior, nuestros residentes tenían los mismos temas que yo…así que nuevamente pasamos por un proceso de adaptación y las auxiliares se convirtieron (por un ratito) en peluqueras e hicieron de tinturistas para ellas.
En fila y manteniendo la distancia social que estamos aprendiendo a aplicar, dignificaban el diario vivir de ellas con este sencillo acto de amor. Y es que no podemos olvidar en toda esta turbulencia de cambios donde son estos pequeños gestos los que mantienen la esencia de la humanidad. Ya no abundan los abrazos, el café apurado para decir un te quiero o un sencillo beso de saludo.