Por R. Avi Horowitz
Es un placer volver a las páginas de Shalom y dirigirme a la Comunidad por la primera vez desde nuestra aliá. Extrañamos la calidez humana que sentíamos a diario mientras que vivíamos en Santiago.
Nadie sabe cómo va a terminar la situación en la cual nos encontramos hoy siendo aterrorizados por un virus que ha logrado parar el mundo entero, literalmente. Por lo tanto, yo tampoco pretendo tener una opinión informada al respecto. Sin embargo, lo que sí podemos determinar es cómo queremos salir de esta experiencia.
Para ayudarnos en este sentido quisiera compartir mi perspectiva sobre lo que hemos vivido aquí en Éretz Israel durante los tiempos críticos de cuarentena, (que ojalá los hayamos dejado atrás para siempre).
Claramente, se destacaba la reacción israelí a la pandemia en relación a otros países por su rapidez, mayor coordinación, y cumplimiento del público general de las medidas severas que se tomaron.
A mí me hizo sentir que para los paisanos aquí fue como un simulacro familiar, que se asemejaba a otras situaciones difíciles registradas en la mente colectiva del público. Sin embargo, a mi parecer, estaba ocurriendo detrás de la reacción general otra cosa menos obvia sobre la cual expongo ahora, ya que creo que esto nos puede ofrecer una mirada positiva, optimista, nuestra, y judía.
Nuestra historia se colma de episodios en los cuales tuvimos que lidiar con la adversidad. Esto no es una relación casual, sino que nos caracteriza como pueblo.
Desde el Tanaj, el Talmud y escritores como Rabí Yehudá Haleví, de una manera o la otra, se encuentran referencias a Am Israel como el Pueblo de Sobrevivientes. El capítulo moderno iniciado después de la vuelta a nuestra tierra, no es diferente en este aspecto y también se caracteriza por la adversidad donde habría que superar justamente antes el horror del Holocausto y después la formación del Estado de Israel, un sinfín de odio, guerra, y terrorismo, un factor que claramente ha contribuido a la creación del carácter judío israelí y su tenacidad frente a las dificultades.
Al meditar sobre este fenómeno, creo que en vez de ver en esta relación con la adversidad un factor solamente limitante, encontraremos implícitamente en ella uno de los secretos de nuestra milagrosa sobrevivencia. Me explico. No es secreto que las dificultades y el sufrimiento, lo que categorizamos como malas experiencias, afecten mucho más al ser humano, que las buenas y se forman en catalizadores del cambio. Explican los autores John Tierney and Roy Baumeister en su libro, The Power of Bad: How the Negativity Effect Rules Us and How We Can Rule It, en base de evidencia científica substancial, que lo malo impacta más fuertemente a nosotros que el bien. Nos llama la atención las noticias malas mucho más que las buenas. La mala salud genera muchos más cambios en nuestro comportamiento que el espectro de buena salud. La crítica nos afecta más que la alabanza. La mala reputación es más fácil adquirir y más difícil de perder que una buena reputación. El ser humano está diseñado para darse cuenta y reaccionar rápidamente a los peligros y por buena razón: fallar en dimensionar que representa un león por ejemplo, es más amenazante a su existencia que no dimensionar lo lindo de un fruto bonito en el árbol. Reconocer la bondad de un amigo es valioso pero no tan significante e impactante como ignorar la animosidad del enemigo. Un traidor puede traicionar una nación entera. El palo es un motivador más poderoso que la zanahoria.