Fue en marzo de 2020 en que se declaró la emergencia sanitaria en nuestro país a raíz de la pandemia del COVID-19 en el mundo entero, lo que llevó a todas las comunidades a cerrar puertas y operar desde casa. Extraña situación que nos dejó a todos un poco perplejos, algo desorientados y por cierto, con más de un par de interrogantes en la cabeza. Fue, y sigue siendo, un contexto absolutamente inédito que nos planteó varios desafíos.
En ese entonces, nos concentramos por mantener el contacto con nuestros socios y amigos y así lo hicimos. No pensábamos aún en Iamim Noraim, ya que se mantenía, aunque pequeña, la esperanza que para fines de Septiembre se hubiera avanzado y existiera la posibilidad de poder reunirnos como siempre, en la Comunidad.
Conforme pasaron un par de meses, la esperanza de juntarnos físicamente fue amainando, lo que provocó mucha pena, dada la relevancia de la fecha. Pero por otro lado, esto nos obligó a tomar decisiones al respecto: el tiempo pasaba y debíamos, si o si, llegar a los hogares de todos de la mejor manera. Esto no estaba en discusión. Tal vez si la forma, pero jamás el fondo…
Surgió un plan A, B e incluso C… todos tendientes a lo mismo. Unos opinaban que “así”, otros que “asá”. Costó definir la forma, pero dado que se trataba de una situación más que especial, la solución también requería algo especial. Finalmente, se tomó la determinación de transmitir los servicios “en vivo”.
Esto implicaba hacerlo en tiempo real y apoyándonos en la tecnología. Aún con esto a nuestro favor, había que definir detalles tan relevantes como qué tipo de plataforma se utilizaría, cómo iríamos a transmitirlo, bajo qué parámetros, con quiénes, etc. Todo esto bajo restricciones diversas, tanto internas como externas. No fue fácil, pero una vez definido solo faltaba, ni más ni menos, que llevar todo esto a cabo y comprometer a nuestros socios y amigos a “subirse a este carro”.
Con bastante incertidumbre, el desarrollo de la pandemia para Yom Kipur, nos dio la posibilidad de realizar un servicio presencial con un aforo máximo de 25 personas y de un modo impensado y casi soñado: en nuestra Comunidad. Increíblemente, y con sentimientos encontrados, eso nos alegró porque no muchos días antes, esta posibilidad era totalmente nula. Con esta gran novedad, el departamento de Culto juntos con el Rabino Dani y con el Rabino Efraim y nuestros jazanim, más de un par de voluntarios y staff administrativo, nos pusimos a trabajar apuntando a lograr todo lo propuesto. Más de uno pensó que el trabajo sería algo menos pesado que otros años y, definitivamente, en términos físicos si lo fue, porque no hubo que correr por armar un salón grande o disponer de elementos básicos como sillas, iluminación, sonido, ordenar asientos, generar un servicio para nuestros niños, contar con las medidas de seguridad adecuadas, etc… Pero el trabajo emocional fue arduo, porque estábamos frente a una situación sobre la que definitivamente no teníamos la seguridad de cómo iba a resultar. Ni siquiera estábamos seguros de si lo podríamos hacer porque la condición del país podía retroceder dejándonos a todos nuevamente confinados. Había que arriesgarse, confiar y seguir.
Así, intentamos un Kipur absolutamente diferente, jamás visto, sin historia ni precedentes, sin un feedback inmediato. No fue fácil de explicar, especialmente a nuestros socios más antiguos. La empatía del equipo fue un factor fundamental, ya que tuvimos que ponernos en el lugar de cada uno de nuestros socios y amigos, con las diferencias que cada uno planteaba.
“Que no tengo buena señal. Que no tengo un PC adecuado. Que no me imagino cómo lo van a hacer. Que tengo todo, pero dependo de un nieto o pariente para conectarme. Que me siento extraño (a)…”