Por Rabino Pablo Gabe
A diferencia de otras festividades y celebraciones en el año, Rosh Hashaná tiene como centro a la sinagoga. Shabat, Pésaj, Sukot se desarrollan en otros lugares. Rosh Hashaná (Junto con Yom Hakipurim seguidamente) tienen como epicentro a la congregación. En estas fechas el hombre se ve enfrentado a su creador. Nos preguntamos qué fue lo que hicimos durante el año. De qué nos arrepentimos. Qué es lo que queremos modificar. De qué manera vamos a comenzar un nuevo año.
En estas fechas tenemos la posibilidad de volver a empezar.
Uno de los elementos más significativos en Rosh Hashaná es el shofar. Este cuerno de carnero tiene significados muy profundos. Antiguamente, en tiempos bíblicos, era utilizado como una forma de reunión al pueblo. El sonido del shofar venía a anunciar importantes situaciones. El shofar se oía en el año del Jubileo. Por otro lado, según se nos cuenta en el libro de Yeoshúa, la ciudad de Yerijó fue derribada gracias al sonido simultáneo de muchos shofarot, que fueron tocados mientras se rodeaba a la ciudad1.
En nuestros tiempos, el significado del shofar está relacionado íntimamente con la fecha en el año en donde es una mitzvá escucharlo. Rosh Hashaná es el momento en que el ser humano tiene la posibilidad de hacer un balance. De mirar hacia atrás y poder evaluar. Analizar todo lo que ha pasado para poder mejorar su vida en el próximo año. Para esto, es necesario saber que tenemos que cambiar. Nuestra vida, nuestras acciones son puestas frente a nosotros para que podamos evaluar y modificar lo que sea necesario. Si no fuera así, no tendía sentido analizar y reflexionar. En este mismo orden, el Shofar viene a despertarnos de nuestro letargo, de nuestro sueño. Así podemos recordar a nuestro creador2. Sin embargo, no parecería ser suficiente este significado. ¿De qué manera es que debemos despertarnos de este letargo que nuestras fuentes desarrollan?
¿Qué acciones concretas deberíamos llevar adelante para experimentar un cambio significativo y profundo?
Para poder responder a estas preguntas, tratemos de sumergirnos y buscar más y más en nuestras fuentes.
La segunda mañana de Rosh Hashaná está caracterizada por la lectura de la Torá de ese día. Leemos la Akedat Yitzjak, la ligadura de Yitzjak. Todos conocemos el relato en donde D’s le solicita a Abraham que se dirija con su hijo hacia el monte Moriá, para elevarlo. Desde lo literal queda claro que el pedido era ofrecer a Yitzjak como sacrificio ante el creador. Yitzjak, el hijo que tanto tiempo habían esperado Abraham y Sará. El hijo gracias al cual Sará iba a poder ser madre y al mismo tiempo, construirse y constituirse en familia, como lo demuestra nuestra Torá3. Este hijo sumamente deseado, en ahora solicitado por el todopoderoso, para que sea ofrendado hacia él. Con todo lo que podemos pensar acerca de este pedido, Abraham obedece lo que D’s solicita.
Más allá que todos sabemos el final del la historia, la tensión se percibe en todo el relato. Abraham se dirige a sacrificar a su hijo. Yitzjak, a ser sacrificado por su propio padre. Año tras año leemos el mismo relato y el suspenso se mantiene en cada oración, en cada palabra. Finalmente, Yitzjak no es sacrificado. El ángel de D’s desciende desde las alturas e interrumpe el acto. “No bajes el cuchillo ni le hagas nada, ya que ahora sé que eres temeroso de D’s”4, dice la Torá. En su lugar, un carnero fue ofrendado. Es a partir de este carnero que el Shofar, que suena en Rosh Hashaná, debe ser de carnero, para recordar la ligadura de Yitzjak5. Sin embargo, hay algunas cosas que quedan sin ser resueltas en su totalidad.