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Entrevista a Alvin y Sarita Gottlieb

Alvin y Sarita Gottlieb:

“El mejor recuerdo es haber servido a nuestra Comunidad de buena forma y con cariño”

Por Daphne Dionizis Arueste

Con solo mirarlos, uno ya puede sentir el amor que hay entre ellos. Miradas profundas, confidentes, risas y por sobretodo, un respeto y orgullo incondicional por el otro. 68 años de matrimonio, historias y muchos recuerdos de su empresa, Transport Service, en la cual con mucho cariño trabajaron formando parte de la vida de muchos niños de la Comunidad.

Tuvimos el privilegio de compartir una agradable mañana junto al tío Alvin (92) y Sarita Gottlieb (88), quienes nos recibieron en su hogar, CISROCO, para contarnos un poco más sobre sus vidas.

¿Quién no recuerda ese auto azul en la entrada del estacionamiento principal del Instituto Hebreo? ¿Cómo no? ¡El auto del tío Alvin y la tía Sarita! Todos anhelábamos que nos tocara ese día en el que pudiéramos subirnos y volver a nuestras casas junto a la compañía de ellos. Fui una de los más de 300 niños afortunados en poder viajar en su empresa de transportes; en saber que la experiencia de ir y volver del colegio, era única, llena de preocupación y mucho cariño.

“A veces teníamos que llevar en nuestro auto azul, cómodamente sentado a los niños adelante e incómodamente sentado a nuestros hijos atrás. Varias veces me preguntaron: ¿Papá por qué tenemos que viajar nosotros atrás y tan incómodos? -A eso yo les respondía, “porque ustedes no pagan” -, recuerda con un par de risas tío Alvin.

Más de 30 años dedicaron a entregarle a nuestra comunidad la posibilidad de viajar seguros, y por qué no decirlo, de tratar a cada uno de sus pequeños clientes, como si fuesen sus propios nietos. Hoy, ellos son los protagonistas de esta historia.

Cuéntenos un poco sobre ustedes…

Sarita es chilena, yo nací en Rumania. Llegamos a Chile, en noviembre del año 39 con mis padres, escapándonos de Hitler. Yo tenía 10 años y medio. Fue un viaje de 30 y tantos días, muy difícil pero bonito. En la primera parada, en Barcelona, no nos dejaron bajar. Solo pudimos bajar en Panamá. Al llegar a Chile, mi papá, sin ser carpintero ni entender mucho del rubro, creó una fábrica de muebles. No se hizo millonario pero le fue bien.

¿Cómo se conocieron?

Había una institución que se llamaba AJI, Asociación de Jóvenes Israelitas, en donde nos juntábamos los jóvenes los fines de semana, bailábamos, hacíamos actos culturales, y ahí nos conocimos con Sarita. No sé si fue amor a primera vista o no, pero nos gustamos.

Sarita se casó conmigo, cuando en esa época uno debía ser mayor de edad. Y cuando no era así, el padre debía dar el permiso. Y ese permiso se lo dieron a Sarita justo dos días antes de que cumpliera los 21 años.

Hoy llevamos 68 años de casados con tres hijos, nietos y bisnietos.

 ¿Qué consejos nos darían para poder llegar a cumplir esos años de matrimonio?

Tener comprensión con su pareja. Para tener un casamiento que dure harto, hay que comprenderse, aceptar las cosas buenas y malas.

De los 68 años que estamos casados, más algunos años de pololeo, nunca, nunca la he dejado sola. Ha estado siempre conmigo y yo con ella. Nunca nos hemos separado.

¿Cómo comenzaron con el trabajo de la flota de buses?

Lo comenzó Sarita. Nosotros teníamos una fábrica de tejidos, pero no nos iba muy bien. No me quejo, pero no nos iba muy bien. Entonces Sarita me pregunta: ¿hasta cuándo vamos a estar con estos problemas? ¡Tenemos una van, yo la voy a manejar y voy a llevar niños al colegio! Y así empezamos con solo 2 niños, los hijos de la familia Pollak, y con el tiempo fue aumentando hasta que llevamos a más de 300 niños en aproximadamente 30 buses. La parte más complicada era mandar los autos al mecánico.

Yo siempre estaba en la entrada del colegio, porque tenía que quedarme a ver si había algún problema para poder solucionarlo. Como son vehículos, es muy fácil que se echen a perder. Y me quedaba hasta que se iba el último de los niños de mi locomoción.

¿Cuál es el mejor recuerdo que tienen de todos esos años?

El mejor recuerdo es de haber servido a la comunidad de buena forma, de haber trabajado con tanto cariño, de no haber tenido ningún reclamo, estaban todos contentos, tanto los niños como las mamás. Es difícil darle el gusto a todos los niños, pero lo intentamos.

Amor incondicional

Perfectamente maquillada, la tía Sarita acompaña silenciosamente en la entrevista a su marido. Ambos hijos únicos, se mantienen un respeto inigualable y se acarician las manos de vez en cuando. Al momento de preguntarles la cantidad de años de casados, ella sonríe y lo mira con ojos de enamorada.

  • “Ella dice que te ves muy bien”, le comenta el tío Alvin a Sarita, mientras ella sonríe tímidamente.

“Cuando dijo eso, la mandé al oculista”, asegura. Sarita ríe en voz alta.

La tía Sarita nos cuenta que le gustaba mucho hacer pulseras, collares y anillos. ¡Incluso los vendía! Mientras que el tío Alvin, se entretiene y ya es parte de su rutina, dando de comer a los pájaros. “Me da pena cuando veo que la gente es tan egoísta y no le importa nada. ¡Y a un pájaro también hay que darle de comer! Entonces cuando yo puedo, les doy migas de pan”, nos explica.

Muchas familias confiaron plenamente en ustedes, y se sentían muy seguras al saber que sus hijos estaban en buenas manos en el transporte escolar. ¿Qué sienten al saber eso?

Las mamás confiaban más bien en ella -asegura mirando con ojos orgullosos a Sarita-. Sarita fue la confidente de muchos niños.

Muchos niños le contaban a Sarita sus problemas antes que a sus propias madres. Ella sabía todo lo que pasaba en las familias.

Cuando ya teníamos muchos niños, Sarita no podía seguir trabajando sola, ahí nos ayudó uno de mis hijos, David.

Por ejemplo, teníamos un colega que era aficionado a los caballos de carrera. Ese hombre trabajaba tres días a la semana, se iba al hipódromo y quedaban varios niños botados. En ese momento, los tomábamos nosotros. Algunas mamás se me acercaban y me preguntaban:

  • ¿Usted podría llevar a mi hijo?
  • ¿Dónde vive usted?, respondía. (En ese entonces estábamos en Macul)
  • En La Dehesa.
  • Mire, yo no voy para La Dehesa pero si su hijo tiene un problema, lo vamos a llevar.

Había familias que adecuaban sus relojes según la hora en que pasaban nuestros buses, ya que eran muy puntuales.

“Nunca llegamos tarde a clases”, recuerda con mucha emoción el tío Alvin.

No existe persona que no conozca al tío Alvin y a la tía Sarita. Ustedes no solo se encargaban del transporte escolar del Instituto Hebreo, sino pasaron a ser como los abuelos de muchos niños, dándoles cariño, regaloneándolos y dándoles apoyo incluso en sus años más difíciles en el colegio. ¿Qué significaba para ustedes ese rol?

Para nosotros era muy importante tener la confianza de los niños. Algunas mamás me preguntaban:

  • ¿Cómo se portó mi hijo?
  • “Como un hijo”, les respondía yo.
  • ¿Pero bien o mal?
  • ¡Como un niño! Un día bien, un día mal, como cualquier niño.

Trabajar con niños es difícil, pero es un trabajo bonito, más aún cuando lo aprecian.

¿Fueron felices con su empresa?

Ambos fuimos muy felices. Terminamos nuestro trabajo muy contentos. Nos gustaba todo, no teníamos preferencia.

En la misma calle donde vivíamos nosotros y donde salíamos con nuestro auto a buscar niños, vivía don León Kleinkopf. Y cada vez que nos quedábamos en panne en la mañana, nos decía: “ya pues, ¿hasta cuándo? Vayan allá y llévense un vehículo y me lo pagan cuando puedan”. Y así fue; empezamos con 1 y terminamos con más de 30.

“Estoy contento y muy agradecido. Hice lo que tenía que hacer y creo que lo hice bien. Más de 30 años de trabajo en un mismo lugar, en algo terminan, ¿no?”, comenta alegremente.

Ustedes sin duda son personas muy muy queridas para toda la Comunidad Judía. ¿Les gustaría darles un mensaje a la Comunidad?

No es fácil dar el servicio que dábamos nosotros, pero lo hacíamos con mucho cariño y los niños lo sabían.

¿Algún consejo de vida?

El mejor consejo que uno le puede dar a los niños es tener buen comportamiento y tratar bien a los conductores.

Por todo el cariño que le tenemos a Alvin y Sarita, en marzo del 2021, Reshet comenzó una tarea titánica con la ayuda de todos: Darle una estadía digna a Sarita y Alvin Gottlieb. Hoy no estamos logrando llegar a la meta de $3.000.000 mensuales que se utilizan para pagar el Hogar, las auxiliares que los acompañan y otros pequeños gastos. Comenzamos bien, pero poco a poco, esta ayuda ha ido disminuyendo y hoy estamos sin poder cumplir con la tarea.

¿Nos ayudan a retomar el impulso inicial?

Puedes hacer llegar tu aporte a la cuenta de Red Ayuda Social Comunitaria.

Rut: 65.465.700-9.

Banco Chile.

Cuenta: 190-04550-07.

Mail:contacto@reshet.cl.

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