Pesaj es sin duda una de las festividades que más resuenan en nuestra identidad, una invitación cada año a reflexionar sobre el sentido de la libertad y el valor de la vida. Es una festividad que nos une como pueblo, como familia y nos invita a hacer memoria y recordar a nuestros padres y hermanos mayores.
En CISROCO valoramos nuestras tradiciones.
Por lo mismo, fomentamos que cada residente pueda compartir con sus seres queridos esta y todas las festividades judías, y de igual manera, que en la residencia, nuestra segunda familia, mantengamos vivas las tradiciones y nos reunamos a compartir.
En los próximos días esperamos poder celebrar juntos del tradicional seder de Pesaj, que si bien, aun con aforo reducido para visitas y externos, no se debe dejar pasar.
Es por eso, en el afán de mantener viva la memoria y las tradiciones es que queremos compartir algunos recuerdos y testimonio de algunos de nuestros residentes sobre sus experiencias de Pesaj en el pasado, donde constatamos el valor de esta festividad para ellos, la importancia de la familia y el rol de la comida en nuestra identidad:
Catalina Kiverstein (nacida en Argentina): “Mi papá era muy observante y celebrábamos Pesaj todos los años, pero cuando se acabó la casa de mis padres hice todos los años Pesaj con mis sobrinos muy puntual con la lectura de la hagadá y el significado de Pesaj. En general todo muy bien hecho. Pescado, carne, todo, con mi familia, mis hermanos y sobrinos. A mi mamá le gustaba ver la mesa muy llenita”.
Brigitte Callomon (nacida en Alemania):“Recuerdo que siempre hacíamos el Seder en familia en Chile, y el segundo Seder lo compartíamos invitando a nuestro grupo de amigos, cada año turnábamos las casas. Cuando el Seder era donde mi suegra, ella cambiaba la loza, en mi casa no. La comida era festiva, por supuesto con bolitas de matzá. Mi marido heredó de mi suegra una bandeja de dos pisos para colocar los elementos del Seder. Arriba era la keará y abajo la matzá y se tapaba con cortinitas”.
Sonia Rosemblatt (nacida en Argentina):“Cocinaba mi nana, hacía guefilte de entrada, sopa de pollo y siempre pollo con knishes (masa rellena con papa). Postre flan de vainilla, todo eso me encanta. Nunca hacíamos rezo porque no somos religiosos, pero sí invitaba a toda mi familia, éramos como doce personas más o menos, por lo tanto, el Pesaj en mi casa era muy alegre y maravilloso”.
Jenny Ergas (nacida en Estados Unidos):“Los Sedarim eran maravillosos. En mi casa nos reuníamos toda la familia, éramos hartos… a D’s gracias, era precioso. Cocinaba, hacíamos las minas de espinaca, otras con pino y se servían con medio huevo duro en la mesa. Se tomaba harto vino, pero kasher. Se leía la hagadá entera. Los niños salían a buscar el afikomán y el que lo encontraba se le daba un premio. Qué hermoso era. En mi casa hacíamos una noche de Seder, en la casa de mis padres cuando era soltera eran dos noches como dice la ley. Cuando se leían las pestes a los niños les decíamos que no miren, y otra persona acompañaba a quien leía las plagas con la fuente con agua al baño a botar el agua y se lavaban bien las manos. Era muy importante. Todos los niños cantaban el MaNishtaná y se lo sabían. A veces los chiquititos se quedaban dormidos en la mesa”.
Clara Navón (nacida en la ex Yugoslavia): “Los Sedarim se hacían con mucha rigurosidad, y los padres daban la explicación de cada paso de la festividad. Recuerdo que se cumplía con tal devoción esta festividad que nos hacían leer a cada uno un trozo de la lectura referente a la festividad, y revestía de solemnidad. El jefe de hogar hacía cumplir este ritual con mucha seriedad, impartiendo esto a sus hijos. Hasta el día de hoy me acuerdo de mi padre realizando esta ceremonia con tanto amor y fe, que hasta el día de hoy recuerdo la festividad con mucho cariño”.
Margot Lewy (nacida en Alemania):“Cuando íbamos a Chile en el barco chileno “Copiapó” al salir de Alemania, pasamos por Baltimore. La colectividad judía de ahí visitó el barco y nos invitó a cada casa, porque tres días paramos ahí pero no podíamos dormir fuera del barco. Fuimos a la casa de una familia muy rica, y mi papá que de toda la vida fue observante, le dijo a la dueña de casa en Baltimore que tenía pena porque era la primera vez que no podía hacer Pesaj (lo hacía todos los años en Alemania). En la noche al llegar al barco, esta familia mandó en cajas para todos los judíos (ciento cincuenta aproximadamente) todos los elementos para hacer un Seder, y mi papá lo hizo las dos noches en altamar. No se puede olvidar, fue impresionante.
Después en Chile seguíamos haciendo el Seder cada año en casa, y como mis hijas estudiaron en el Instituto Hebreo, la menor siempre tenía que decir el MaNishtaná. Preparaba todos los elementos para hacer un buen Seder”.