Por Gabriel Koenig
Este Yom Kipur, el primer aniversario de una tragedia global nos desafía a buscar la paz y el perdón en un contexto de creciente antisemitismo. Esta festividad llega cargada de dolor y significado, recordándonos la importancia de la reflexión como instrumento de resistencia y sanación.
Cada año, cuando se acerca Yom Kipur, los judíos de todo el mundo nos sumimos en un periodo de profunda introspección y preparación espiritual en el que revisamos nuestros actos del año que ha pasado y reflexionamos sobre nuestras transgresiones, buscando limpiar nuestras almas y renovarnos. Se trata de un proceso que invita a cada persona a volver a su esencia, reconociendo los errores cometidos y comprometiéndose a no repetirlos.
De esta manera, el núcleo de Yom Kipur radica en el poder transformador del perdón y las palabras. Tanto las palabras que pedimos, como las que ofrecemos y las que permanecen en silencio tienen el poder de construir o destruir.
Sin embargo, este año nos enfrentamos a este día sagrado con un gran peso emocional y simbólico al cumplirse el primer aniversario de un evento que resuena dolorosamente en nuestra memoria colectiva y que ha marcado un antes y un después en nuestras vidas.
Lo ocurrido el 7 de octubre no fue solamente un ataque físico, sino también un golpe devastador a nuestra identidad y seguridad como pueblo.
Este trágico episodio marcó el inicio de un aumento alarmante del antisemitismo a nivel global. En este contexto, hablar de perdón puede parecer imposible, e incluso contradictorio.
Para muchos, este año ha sido una búsqueda constante de respuestas. ¿Por qué nos odian? ¿Qué significa ser judío en un mundo que a menudo nos rechaza? Estas preguntas han llevado a un redescubrimiento de lo que significa formar parte del pueblo judío, tanto en lo individual como en lo colectivo.
Daniel Segal, Rabino y Director de estudios judaicos del colegio Maimonides School, enfatiza en que cuando nos atacan como pueblo judío acabamos conectándonos con esa identidad y encontrando nuevos horizontes. “Todos los judíos están más sedientos de conectarse con su judaísmo porque en el momento en que somos apuntados uno se cuestiona, bueno, esto por lo que me están discriminando o por lo que estamos siendo atacados, ¿qué es lo que significa? ¿Qué significa estar conectado con judíos de otra parte del mundo?”
Por otro lado, Daniela Pesce, psicóloga clínica y organizacional experta en la intervención en crisis, ahonda en el hecho de que este tipo de eventos traen a la memoria otros eventos que han sucedido antes, e inevitablemente estaríamos reprimiendo de alguna manera ciertas emociones fuertes como el miedo, que se relacionan directamente con el perdón. Daniela considera que este Yom Kipur “la profundidad del rito va a ser diferente, y el cuestionamiento de estas emociones sin duda va a estar a flor de piel”.
El perdón como posibilidad
El acto de perdonar no es fácil ni automático, sino que requiere de una profunda reflexión sobre el daño causado y también sobre la disposición, tanto de quien pide como de quien otorga este perdón para lograr sanar las heridas.
Según Daniela Pesce, para poder perdonar es necesario que aquello que está sucediendo haya terminado.
Explica que aquellos que nos están haciendo sufrir están tomando a diario la decisión de continuar con este comportamiento, y hasta que esto no culmine, quien agrede o comete el daño no es consciente de lo que está haciendo y, por lo tanto, no hay un momento para pensar en el arrepentimiento.
Es decir, para que el perdón sea una verdadera posibilidad, debe existir un reconocimiento del daño por parte del agresor, lo cual no siempre sucede, especialmente cuando el odio y la violencia siguen latentes. En esta situación, entonces, por más dolorosa e injusta que la estemos percibiendo, la posibilidad del perdón se hace cada vez más difícil.
El valor del perdón
Muchas veces nos enfrentamos a situaciones en donde el acto de perdonar puede parecer un mero episodio de cordialidad y no tener ninguna consecuencia real. Daniela hace la distinción entre el “perdón verdadero y el perdón de la boca para afuera” para contrastar lo que puede ser un perdón superficial de uno genuino.
“Y cuando vemos que el otro nos dice de la boca para afuera que está arrepentido o que requiere de nuestro perdón o no nos pide nuestro perdón, nuestro sistema de alerta no se calma, seguimos percibiendo exactamente lo mismo, eso no es realmente perdón, el perdón implica gestos y el gesto en ocasiones no basta con la palabra, sino que el cambiar un modo de funcionar, el cambiar un modo de interactuar con otro”.
Se vuelve fundamental, entonces, el poder distinguir entre un perdón superficial, el cual puede manifestarse en palabras vacías que se dicen sin un verdadero sentido de arrepentimiento o comprensión del daño causado, y un perdón genuino, en el cual se lleva a cabo un proceso mucho más profundo que implica el reconocimiento del dolor causado, asumiendo la responsabilidad de este y también mostrando una disposición hacia un compromiso real de cambio.
El silencio como complicidad
En situaciones de injusticia o dolor, la falta de respuesta puede comunicar tanto como las palabras.
Cuando las personas eligen no hablar, a menudo están enviando un mensaje implícito que puede ser interpretado de diversas maneras, como pueden ser la indiferencia o la aprobación de lo que está ocurriendo.
Daniela Pesce reflexiona sobre el papel que el silencio ha jugado en la vida de las comunidades judías después de los eventos del 7 de octubre: “Fue uno de los errores más dolorosos e injurias tácitas más brutales. El silencio de mucha gente que debió hablar y no lo hizo. El silencio otorga y también comunica”, explica Daniela. Cuando aquellos que deberían haber alzado la voz deciden no hacerlo, el mensaje que se envía es que el dolor de la comunidad no es importante o, en algunos casos, que ese sufrimiento es merecido, agravando aún más ese dolor.
Aquí es donde la falta de reacción tiene un impacto profundo. Para Daniela “uno de los grandes sustentos de la resiliencia es que haya un otro que se conmueva con mi dolor”, sugiriendo que para uno poder superar el dolor, se vuelve crucial contar con la empatía de quienes le rodean. El silencio, sin embargo, socava este pilar fundamental. Cuando aquellos que sufren perciben que su dolor no está siendo reconocido, la capacidad para sobrellevar la adversidad se ve disminuida de manera drástica.
“El silencio borra este pilar fundamental de la resiliencia cuando uno se da cuenta de que está sufriendo solo, pero además a nadie le importa mi sufrimiento,” resalta Daniela.
Este acto de ignorar o no validar el dolor ajeno refuerza la idea de que las víctimas se encuentran aisladas, lo cual puede agravar aún más la carga.
La sociedad espera que, en tiempos de crisis, aquellos que sí cuentan con la capacidad de pronunciarse, lo hagan. “El silencio no es neutro, el silencio provoca mucho daño”, destaca Daniela, ahondando en la idea de que el dolor se profundiza cuando las personas sienten que están sufriendo no solo en soledad, sino en medio de la indiferencia de quienes podrían haber ofrecido su apoyo, pero optaron por no hacerlo.
Esta indiferencia no es solo un problema de percepción emocional, sino que se posiciona también como un obstáculo concreto para la reconciliación y el perdón.
“Es difícil qué hacer, porque a cada uno le pertenece el acto que uno hace. Sería súper fácil hacer que el otro hiciera, se podrían solucionar algunas cosas, pero el punto es hacer que el otro se movilice, que el otro se conmueva, para que haga lo que yo considero correcto, y aquí está la libertad del pensamiento de cada uno”.
Daniela comenta que el dilema en esa situación surge con el choque en los “sistemas de creencia”. En muchas ocasiones uno puede quedar conforme al hacer ciertos movimientos para que la otra parte reaccione, sin embargo, esa otra parte puede que no reaccione por una serie de motivos que pueden incluir la ignorancia y el desinterés, pero estos movimientos también tienen un límite.
“La responsabilidad de hacer actos para que yo te perdone, son del otro. Es un proceso sutil, importante, pero de ahí entonces a hacer que el perdón del otro, o el que el otro se dé cuenta de verdad de lo que está pasando y me pida perdón, y que yo lo pueda perdonar, tiene que ser un acto libre, un acto de discernimiento real, y ahí está si es que es de boca para afuera o no”.
En última instancia, el silencio actúa como una barrera a este discernimiento, impidiendo que las personas encuentren el apoyo necesario para sanar. La reflexión sobre la resiliencia concluye que solo al reconocer el dolor del otro y al rechazar la indiferencia, es posible construir una verdadera capacidad de sobreponerse a las adversidades: “El saber que hay otros que no son de los nuestros, que dicen esto no puede ser, esto es un horror, solamente eso nos salva”.
El perdón para mi yo interior
El perdón hacia los demás es uno de los principales desafíos de Yom Kipur, pero no se trata solo de esperar que el resto reconozca sus errores.
El rabino Daniel Segal sugiere que cada individuo debe encontrar en su interior la capacidad de perdonar incluso cuando no se recibe una disculpa.
“Tenemos que sentarnos a ver cómo podemos perdonar a las personas que nos han hecho algo malo durante el año, y ojalá que esas personas nos pidan ese perdón, pero incluso si no lo hacen, hay una mitzvá relacionada a tratar de uno en su corazón perdonarlo. También hay una tefilá que hacemos justo antes de Yom Kipur en la que uno, además de pedir el perdón, también se lo da a las personas incluso que no te lo hayan pedido”.
Sin embargo, en este tipo de situaciones también llega un punto en donde resulta fundamental el establecimiento de límites para nuestro bienestar emocional.
A veces llega a ser necesario protegerse, tanto emocional como mentalmente, para así permitirnos avanzar sin quedar atrapados en dinámicas de sufrimiento que afectan nuestro equilibrio interno.
Saber cuándo retirarse es esencial. Como bien comenta la psicóloga Daniela Pesce, acercarnos al otro con la intención de generar un cambio es positivo, pero “si del otro lado no hay ninguna intención más que hacer daño y de no escuchar, parte del límite es decir, por aquí no puedo entrar”.
Daniela también enfatiza en que, aunque algunas situaciones pueden parecernos imperdonables en un primer momento, aprender a perdonar es esencial para nuestra salud mental. “El odio, o las emociones, o la fisiología del no perdón, las padece uno… nos lleva en las entrañas, no está en el otro”. Esta emoción nos encierra en una visión rígida de la realidad, haciendo que nuestra vida se sienta limitada y sin perspectivas. El perdón, en cambio, nos libera de esa carga, permitiéndonos recuperar la calma y la conexión con los demás, y dándonos la flexibilidad emocional necesaria para enfrentar las dificultades.
Este Yom Kipur nos enfrenta al reto de reflexionar acerca del valor que adquiere el perdón en un momento de profundo dolor, marcado por la memoria, el duelo y el resurgimiento de preguntas que nos confrontan como comunidad.
Se nos brinda una oportunidad para reflexionar sobre el significado de pertenecer al pueblo judío y buscar las respuestas que nos permitan sanar como individuos y como comunidad.
El rabino Daniel Segal nos recuerda que Yom Kipur nos insta a reflexionar sobre nuestras interacciones y preguntarnos si realmente somos capaces de aceptar a quienes piensan o ven el mundo de forma distinta.
“Yom Kipur justamente es un momento de parar y decir: ¿Soy capaz de entender de dónde viene esta persona? ¿Qué es lo que motiva sus actos?, y entender que no necesariamente hay una maldad en esa persona. Es aprender que yo puedo tener mi forma y mi visión de ver las cosas, y que eso no está en riesgo por el hecho de que yo pueda aceptar y tolerar a otra persona que ve las cosas de forma distinta”.
Así, este acto de empatía y tolerancia es lo que nos permite perdonar, aunque no siempre sea fácil. Yom Kipur nos desafía a encontrar la grandeza interior necesaria para lograrlo, sin comprometer nuestra identidad ni nuestras creencias. Al aprender a aceptar a quienes piensan de manera diferente, estableciendo los límites correspondientes, no solo sanamos nuestras propias heridas, sino que también fortalecemos los lazos que nos unen como comunidad.
En este proceso de reflexión y perdón, hallamos la resiliencia que necesitamos para seguir adelante, incluso en los tiempos más difíciles.