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Entre la angustia y la esperanza

Eshet Jayal: 

Detrás del uniforme, hay un corazón que late por dos

Israel vive un momento de alivio y reconstrucción emocional. Durante meses, el corazón de Israel latió entre la angustia y la esperanza. Hoy, tras la liberación de los secuestrados, el aire se siente distinto: más liviano, pero todavía cargado de memoria. Cada reencuentro fue un milagro, cada abrazo, una victoria sobre el miedo. Sin embargo, detrás de esos días de incertidumbre hubo otras batallas, más silenciosas y menos contadas: la de las guerreras sin uniforme.

Ellas son las esposas de los soldados israelíes, las que esperaron, rezaron y sostuvieron hogares enteros mientras sus maridos defendían al país. Las que aprendieron a ser fuertes sin quererlo, las que encontraron en otras mujeres su reflejo, su consuelo y su fuerza. 

Las guerreras sin uniforme, que también fueron parte de esta guerra: desde la cocina, desde el teléfono, desde las lágrimas escondidas en la almohada.

Hoy, cuando el país comienza a sanar, su testimonio refleja una fuerza silenciosa pero decisiva. Son historias de resiliencia, comunidad y amor en tiempos difíciles. Conversamos con Orit Brener, argentina de 25 años, esposa del jayal Jonás Tarica, para conocer cómo fue atravesar este período y qué significa ser una soldada desde este lado del frente. 

Por Daphne Dionizis 

Orit ¿Cómo nació la idea de crear la cuenta en Instagram @EshetJayal?

Bueno, originalmente lo creé para mis hermanas porque soy una persona que le cuesta mucho mantener vínculos por WhatsApp y necesitaba contarles lo que yo estaba viviendo. Hasta me hacía la influencer con ellas. Les contaba cuando Jonás entraba a Gaza, cuando volvía o no volvía y así ellas estaban al tanto de mi situación, que ninguna de ellas conocía.-

La verdad es que al principio era solo para mi círculo familiar y después, amigas de mis hermanas se enteraban de lo que estábamos haciendo como pareja y de mi Instagram. De esa forma es que me empezaron a llegar un poco más de solicitudes. Así, lentamente, fui aceptando más y más. En un momento una amiga de Uruguay, que conocía mi contenido, publicó en su Instagram: «Tienen que seguir a Orit, que sube un material que no se conoce tanto y es muy interesante». Ese día me llegaron como 200 solicitudes.- 

-Y ahí me platee si abrir la cuenta para todo público o dejarlo solo para mí, después de todo era un espacio para poder liberar tensiones. 

No era mi intención hacerlo público, sino expresarme y contarle a mis más cercanos lo que estaba viviendo. 

Mis hermanas me convencieron de compartir el contenido, que probablemente sea el único en español que los judíos argentinos tienen para informarse sobre el tema. Empezó en Argentina, después se fue expandiendo. Así que lo tomé como una shlijut (una misión) y ahí empecé. Pero bueno, lo uso más que nada como un espacio de desahogo.

¿En general cuánto tiempo estabas sola cuando tu marido se iba a la guerra? 

En estos asuntos el ejército es impredecible, generalmente Jonás me decía un tiempo aproximado y después podía pasar que llegaba antes o después. Por lo que no tengo una respuesta clara a esa pregunta. El máximo tiempo que estuvimos separados, porque él estuvo en alguna operación, sea en Gaza o Cisjordania, fueron de tres semanas.

Es importante hacer una diferencia, está el tiempo que dura una operación militar y está el tiempo en el que el jayal no está en la casa. 

Antes de una operación tienen que estar varios días preparando todo el equipo necesario y después de la operación los dejan algunos días ahí para que no sea tan drástica la vuelta a casa. A veces tienen charlas con psicólogos. 

Con respecto al contacto con él, tuvimos varias etapas. Al principio Jonás no tenía teléfono del todo, pero había un grupo de WhatsApp con todas las madres donde iban actualizando el bienestar de toda la unidad en general. También tuvimos una época en la que él tuvo un celular que solo hacia llamadas o enviaba mensajes de texto. Finalmente hubo un período de tiempo que entraba a Gaza con su celular. Aun así en Gaza no hay señal en todos lados, debido a ello el contacto era muy reducido.

¿Cómo te enterabas si él estaba bien?

Hay una especie de dicho entre todos los que tenemos familiares en combate y es que todo el tiempo que no sepa nada de él, significa que está bien. 

Que no haya noticias también es una buena noticia.

¿Cómo se vive el silencio de no saber dónde está tu esposo ni cuándo volverá?

Uno pasa por muchas etapas. A veces uno se llena de emuná y piensa “está todo bien”. Otras veces uno acude a la estadística: “En porcentaje, la bruta mayoría de los soldados vuelven a sus casas”, así que va a estar todo bien. 

Por supuesto están esos momentos de recaídas, ansiedad y mucho miedo. 

¿Qué es lo primero que sentiste cuando escuchaste una sirena o veías una noticia del frente?

Cuando me enteraba de que había ocurrido algo en Gaza, pero aún no se sabía exactamente qué, lo primero que pensaba era que, si no me habían avisado nada, significaba que a mi jayal no le había pasado nada. Porque, si algo le hubiese ocurrido a un familiar, uno sería el primero en saberlo. Entonces, aunque en esos momentos te invade un poco el miedo —porque de repente uno toma conciencia de que “estas cosas pasan”—, también te tranquiliza saber que a tu soldado, en particular, no le pasó nada.

La mayoría de las sirenas me tocaron estando sola. De hecho, las primeras también las pasé sola. Y, por lo menos en mi caso, cuando estoy sola tengo menos miedo que cuando está Jonás. Es como si me llenara de coraje y me dijera: “Dale, Orit, si no te levantás de la cama y vas al refugio o a las escaleras, nadie más lo va a hacer por vos, nadie te va a empujar”. Además, en mi experiencia, cada vez que hay sirenas en mi edificio, se genera un encuentro entre los vecinos; nos juntamos todos y así fue como nos hicimos muy amigos. Así que, Baruj Hashem, dentro de todo, tuve buenas experiencias.

Por supuesto, entiendo que para una esposa de jayal que tiene hijos la situación es mucho más complicada. 

Ellas son las que tienen que reunir todas sus fuerzas para levantar a los chicos y llevarlos al refugio —en caso de que no tengan uno dentro del departamento—, o tomar la difícil decisión de quedarse en casa porque no tienen el tiempo o la fuerza física para cargar a todos. Así que sí, entiendo que con hijos todo se vuelve mucho más complejo.

¿Hay algo que aprendiste a no mirar o no leer para poder seguir adelante?

Sí. Rápidamente me di cuenta de que los medios de comunicación difunden muchas noticias tristes que, en lugar de ayudarme, me afectaban más. Así que, desde el principio, eliminé todos los canales de noticias.

Solo dejé en Instagram a un israelí que publica información puntual, generalmente sobre situaciones urgentes que afectan a todo el país. Además, al comienzo de la guerra me uní a grupos que compartían únicamente “noticias lindas de la guerra”, enfocadas en mostrar cosas positivas. Lo hice justamente por eso: para llenarme —y ayudar a otros a llenarse— de energía y esperanza.

¿Cuál fue el momento más difícil desde que comenzó la guerra?

Momentos difíciles hubo muchos. A veces son cosas simples de la rutina, como tener que ir sola al mecánico o al médico, o incluso el simple hecho de prepararte una cena después de un día duro.

Pero recuerdo claramente cuál fue el momento en que más miedo sentí. Fue un sábado a la noche, cuando los jayalim entraban a Gaza en una gran operación llamada Merkavah Gideon. Hablé con Jonás por teléfono antes de que se cortara la comunicación, y fue la primera vez que me dijo que tenía miedo. Obviamente, yo también estaba temblando por todo lo que podía pasar.

Esa noche le pedí a una amiga que viniera a dormir a casa. 

Toda esta experiencia me enseñó a perder la vergüenza de pedir ayuda. Estuvimos despiertas toda la noche, porque el miedo y la ansiedad no me dejaban dormir. 

Recuerdo esa noche como la más difícil, el momento en que realmente sentí: “No sé de dónde voy a sacar fuerzas para pasar por esto”.

¿Qué palabras se dicen y cómo se despiden antes de que él regrese al frente?

No tenemos un ritual ni palabras fijas; siempre decimos lo que nos sale del corazón. Pero hay algo que nos gusta muchísimo: tomar café. Así que, generalmente, la mañana en que él se va, nos levantamos temprano y salimos a tomar un cafecito juntos.

La verdad es que una intenta evitar pensar conscientemente en que “se va al frente”, porque si lo haces, te vuelves loca. Por eso, no hay palabras formales de despedida. Lo que sí procuramos es disfrutar al máximo cada rato que estamos juntos: hablar con cariño, no discutir, ser completamente sinceros y no dejar nada pendiente.

Al final, no es solo el momento de la despedida cuando somos conscientes de la realidad, sino todo el tiempo que compartimos, que se vuelve aún más valioso precisamente porque es tan poco.

¿Qué te sostuvo emocionalmente cuando sentías que no podías más?

Divido la respuesta en dos partes.

La primera tiene que ver con las personas que me sostuvieron —y que lo siguen haciendo—. Aunque no toda mi familia vive en Israel, tengo hermanos y también a mis suegros acá. Además, mis amigas fueron un gran apoyo: algunas incluso tienen su armario de ropa en mi casa, y sabían que, cuando yo las necesitaba o se acercaba algún jag que iba a pasar sola, venían a acompañarme, me alegraban el día o me enviaban algún regalo.

La segunda clave fue mantener la rutina. En los momentos más difíciles —como durante operaciones intensas en Gaza o cuando ya pasaban muchas semanas sin que Jonás volviera—, intenté ser lo más constante posible: seguir estudiando, hacer ejercicio, comer bien. La rutina, y en especial los estudios, fueron lo que más me sostuvo a lo largo de todo este año.

¿Qué te enseñó esta experiencia sobre la fuerza interior y la fe?

Aprendí que la fuerza interior y la fe son dos herramientas poderosísimas, pero que tienen que ir de la mano.

La emuná te enseña que las cosas no dependen al cien por cien de uno mismo. Te recuerda que hacés tu máximo esfuerzo, pero que hay muchas situaciones fuera de tu control, y eso te ayuda a calmarte y a pensar: “Dentro de lo que sí puedo hacer, ¿qué está en mis manos hoy?”.

Ahí entra la fuerza interior: proponerte estar bien, mantener tu rutina, rodearte de personas que te hacen bien y hacer lo mejor posible dentro de tu realidad. Esa es la verdadera fuerza interior: reconocer tus límites, pero decidir dar tu máximo igual.

¿Sientes que tu rol también es una misión, aunque no lleves uniforme?

Cien por ciento. Me siento igual de guerrera que Jonás. Tenemos dos campos de batalla distintos, pero el esfuerzo es enorme de ambos lados, y uno depende completamente del otro.

Es importante entender que si la esposa o la familia del soldado no están bien, el jayal tampoco puede estarlo. La fuerza del soldado también proviene de quienes lo rodean.

¿Cómo se acompañan entre ustedes las esposas de los soldados?

Existen muchas comunidades y organizaciones para esposas de jayalim, que organizan actividades y grupos de apoyo. Hay foros de WhatsApp donde se puede preguntar de todo, incluso cosas simples como qué enviarle al esposo que está en Gaza y cumple años. Comunidad no falta.

En mi caso, no participo tanto porque tengo una rutina bastante exigente, pero entre mis amigas cercanas —que están en la misma situación— nos acompañamos mucho: nos invitamos a dormir, a cenar juntas… y aunque parezca algo pequeño, la cena suele ser el momento en que más te cae la ficha de que estás sola en casa.

También tratamos de estar atentas a los momentos que pueden ser más sensibles para la otra: si se acerca un cumpleaños o un jag, si el esposo no va a llegar para shabat, organizamos algo, mandamos un regalo o simplemente nos acompañamos. Recuerdo, por ejemplo, que una esposa de jayal me hizo llegar un regalo el día de mi aniversario porque sabía que no lo iba a pasar con Jonás. Esos gestos significan muchísimo.

Después de dos años de estar en esta batalla, pueden por fin tener un leve respiro. ¿Qué sientes al saber que Jonás ya no tendrá que entrar a Gaza?

Es importante entender que hay dos tipos de soldados: los de miluim (reservas), que son llamados en tiempos de guerra o cuando se necesitan refuerzos, y los que hacen el servicio obligatorio.

En nuestro caso, Jonás pertenece a este último grupo. No estábamos obligados a hacer el ejército; fue una decisión que tomamos. Pero, por su edad y porque empezó desde cero la carrera militar, se considera un soldado del servicio obligatorio.

Entonces, si bien ahora salen de Gaza y con el regreso de los jatufim sentimos un poco de alivio —una posibilidad de respirar y dormir mejor—, sabemos que la situación no termina ahí. 

Israel tiene otros frentes que, desde el 7 de octubre, quedaron en un segundo plano en nuestras cabezas: Judea y Samaria, la frontera con el Líbano, el Hermón del lado sirio…

Así que no es que todo haya terminado ni que los soldados que están en servicio obligatorio vuelvan completamente a casa. Pero sí es verdad que hoy, al menos, podemos respirar un poco más tranquilos y volver a dormir.