Susy Cohen Wechsler
“אֲנִי מַבְטִיחַ לָךְ יַלְדָּה קְטַנָּה שֶׁלִי שֶׁזֹאת תִּהְיֶה הַמִּלְחָמָה הָאַחֲרוֹנָה”
“Te prometo mi pequeña niña que esta será la última guerra”
De la canción “La última guerra”, Yoram Gaon, Haim Hefer, Dubi Seltzer
El cementerio de Har Hertzl es uno de los más tristes del mundo. Es un cementerio militar donde yacen cuerpos jóvenes, que antes de llegar allí, solo unas horas antes, estaban sanos, tenían una vida y un después.
Los miembros, las vísceras y los tejidos que allí descansan son de otra dimensión. Jóvenes y hermosos que no pudieron elegir, aunque tal vez así lo dirán muchos de los discursos que elogiaran el coraje, el amor al prójimo, al país o a una causa. Nadie quiere morir joven, ni siquiera los héroes. Preferirían ser héroes con una vida por delante y disfrutar de los honores.
Con el verdor sorprendente de la vegetación que se renueva a cada segundo, las tumbas de piedra son un legado de aquellos que yacen eternos, silenciosos. La lluvia en invierno, el sudor en verano y el rocío en primavera son lo más parecido a las lágrimas de los que llegan a acompañar a sus muertos. Las más tristes son las de los padres y de las madres. Lágrimas de sal, del dolor más profundo que existe y que solo ellos conocen.
Esas personas que el destino, el infortunio, la tragedia o el desastre les alcanzan como una bala pérdida, en solo segundos dejan de pertenecer al mundo de los ciudadanos comunes.
Cuando oyen el temido sonido en la puerta y ven a los soldados serios y grises de rostro, que llegan para comunicar la noticia de parte del ángel de la muerte, el cielo entero les cae encima, un cielo sin consuelo.
La oscuridad del alma es lo que trae la luz del día que llega después, cuando las entrañas saben que no ha sido un sueño o una pesadilla nocturna. Saben sin lugar a duda que es para siempre. Supongo que ese memento es aterrador.
Ayer fue un día soleado y el más triste de toda la vida de los padres, abuelos y hermanos que acompañaron a Idan a en su camino final. Un muchacho encantador de solo 21 años que recién comenzaba su vida, con muchos sueños por cumplir.
Vuelvo al funeral, al momento que el féretro cubierto de la bandera blanca y azul avanza por los pasillos de sillas, familiares, conocidos y amigos. Lo más desgarrador es la imagen de los padres que por última vez dejan allí esa piel, la de antes y se visten con los harapos del luto, despiadados e irreversibles que los acompañaran hasta sus últimos respiros. Desde ese momento son parte de una nueva familia, la familia del Schól. Así se llama en hebreo esa identidad temida por cada padre y cada madre que acompañan a su hijo o a su hija el día que se enlista con el nuevo y flamante uniforme.
Con flores silvestres que crecen entre las piedras, con banderas ondulantes y erguidas, con el dolor punzante y ahogado todos callan y escuchan. Son las palabras de despedida que aúllan pérdidas, que cantan con harpas bíblicas pero más que calmar, fomentan ese puente entre ellos y nosotros.
“Bendita sea su memoria” aquella frase que lo dice todo y al mismo tiempo niega el desastre que deja la guerra y la normalidad a sus padres y a sus amados. Un proyectil a mediados del mes de Marzo del 2025 alcanzo su tanque, Idan iba en camino a rescatar y evacuar soldados, esa era su misión sin percatarse de que esos serían sus últimos momentos. Como podía saberlo, su futuro y sus sueños estaban presentes, con él.
Ora , su madre llora en sofoco, inmersa en un dolor que desconoce, es solo el principio, ya siente la añoranza, pronto llegaran las preguntas sin paz y las explicaciones que jamás tendrán significado.
Me agacho al ver una hoja de papel, la recojo sacudiendo el polvo y leo:
“Hola, te escribo para que no me olvides, para que aunque no me hayas conocido me tengas presente en tus oraciones, en tus actitudes, en tus palabras y en tu tiempo. No alcance, no pude, no tuve el tiempo de hacer más, solo di la vida, también por ti.
No nos olvides, cada tumba, un espacio reducido cubierto de piedra y musgo abriga un mundo, una carta que exclama silenciosa su demanda, su crítica, su ira, su diferencia.
Los míos que ya no son los mismos, no eligieron y están en esto por mí.
Lo justo y lo injusto para mí ya no importa.
Todo seguirá igual, casi igual para vosotros, pero aquí en el cementerio he descubierto que las noches lloran. Los árboles, las farolas, las tumbas y ellos, entre suspiros y sollozos, entre los sigilosos pasos de las piedras. Ahora yo también soy parte de aquí.
No me olvides, ni a mí ni a aquellos que dejo atrás, aquellos que ahora viven otras vidas.
Idan ”
He doblado la hoja, escrita en susurros mientras que la madre y la tierra lloran. Pensando en ella le escribo un mensaje, un detalle ínfimo, un grano de polvo.
“Ora, mi corazón, mi alma y mi dolor por ti son profundos y reitero mi pésame y mi bendición de condolencias. Dios quiera que el tiempo pueda calmar este sufrimiento que hoy es insoportable, que estés rodeada de amor, cariño y ayuda. Que tengas fuerzas y coraje para salir adelante, por ti y tu familia que te necesitan más que nunca”.