Cuando muchos pensábamos que el mundo había llegado la cúspide del odio público hacia los judíos e Israel en pleno siglo XXI, a medida que pasan los meses, ya 11 para ser exactos, ad portas de que se cumpla un año de la masacre que la organización terrorista Hamás realizó cuando atacó el sur de Israel, asesinando a más de 1.200 personas sin importar edad, género ni religión; y secuestrando a más de 250. Para el mundo, las definiciones de “judío”, “sionista” e “Israel” pasaron a ser como nunca antes, objeto de tergiversaciones y distorsiones que provienen tanto de la ignorancia como de intenciones maliciosas, alimentadas por un antisemitismo desbocado que inunda las redes sociales y los medios de comunicación.
La cantidad de personas que apoya y participa en actos en que abiertamente se agrede a los judíos se han multiplican por doquier. Como si al unísono se hubiese dado chipe libre para que miles salieran justificar y expresar lo que realmente tantos piensan acerca de Israel, sus habitantes, los judíos, y el sionismo; como si el conflicto actual los eximiera de las normas sociales y los logros alcanzados como sociedad a lo largo del tiempo.
La cortina de humo generada por la guerra entre Israel y Hamás ha expuesto la velocidad con la que los comentarios en redes sociales hacen llamado a la muerte de los judíos, e incluso invitan a cometer actos vandálicos contra propiedades judías, como si estuviéramos recreando el sombrío rompecabezas de la Noche de los Cristales Rotos. Como resultado, judíos en diferentes lugares del mundo han resultado heridos, marginados, incluso asesinados.
Las recurrentes declaraciones del régimen iraní sobre su objetivo de destruir al “ente sionista” y erradicar ese “cáncer” de la región y las acciones bélicas por parte de Hamás y Hezbollah contra Israel, solo alimenta la ida de demonizar al sionismo, a negar la historia judía, y rechazar la existencia del Estado de Israel.
Hagamos un poco de memoria: el judaísmo representa la religión de un pueblo milenario que se remonta a más de 3.500 años, cuando Moisés liberó a los hebreos de la esclavitud en Egipto y los condujo a la Tierra Prometida, la tierra de Israel.
A lo largo de los siglos, dicho pueblo ha desarrollado una religión, una cultura, una historia, un idioma y un apego a su tierra. Aunque enfrentaron numerosos desafíos y exilios, incluyendo una expulsión a Babilonia y un segundo exilio tras la destrucción del Templo en Jerusalem por los romanos en el año 70 d.C., la conexión de los judíos con su tierra ancestral, Israel, nunca se ha extinguido.
A pesar de los exilios a lo largo de los años, los judíos siempre hemos estado presentes en la región, mientras que nunca hubo un gobierno o estado palestino en esa tierra. El sionismo es un ejemplo de un movimiento social y político diligente, perseverante y exitoso, que surgió como un movimiento nacional destinado a hacer realidad el derecho del pueblo judío a la autodeterminación en su tierra ancestral y que, en 1948, logró el restablecimiento del estado judío independiente, el Estado de Israel, reconocido por la comunidad internacional.
El derecho de los judíos a su tierra fue reconocido formalmente en el derecho internacional por la Liga de las Naciones a través del Mandato Británico sobre Palestina, que hasta la 1ra Guerra Mundial era una provincia del Imperio Otomano.
El movimiento sionista siempre estuvo dispuesto a compromisos territoriales para lograr una convivencia pacífica.
El primer Primer Ministro de Israel David Ben Gurión aceptó y celebró la resolución de partición de la ONU de 1947, que establecía la creación de dos Estados en el territorio comprendido entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Tras dos mil años de exilio, el pueblo judío recuperaba su independencia en su tierra ancestral. Sin embargo, la respuesta árabe fue declarar la guerra al nuevo Estado el mismo día de su nacimiento, y así, por años, los líderes árabes y palestinos han rechazado consistentemente todas las ofertas de paz basadas en compromisos territoriales.
Su objetivo declarado ha sido la creación de una Palestina “desde el río hasta el mar”, lo que implica la eliminación de Israel. Esta negativa, acompañada de terrorismo y violencia, es la causa principal del por qué el conflicto palestino-israelí aún no haya alcanzado una paz definitiva, y así parecería que el mundo entero está dejando nuevamente a los judíos, solos, enfrentándose al mal y sus ideas.
El mar de imágenes y videos que circulan desde el pasado 7/10, en las que se habla de la brutalidad más oscura del ser humano, desafiando nuestra comprensión de hasta dónde puede llegar el odio, ha desencadenado un fenómeno igualmente inquietante: la reaparición de la intolerancia. Citando a Eylon Levy (ex portavoz del gobierno israelí): “lo que hicieron fue cruel y sádico”.
Es desconcertante ver cómo quienes abogan diariamente por derechos humanos, movimientos feministas, libertad de expresión, las comunidades LGBT+ y otras minorías, cambian repentinamente la vara con la que miden las cosas cuando se trata de Israel y los judíos. Defienden o excusan a Hamás, a pesar de que esta organización representa todo lo contrario de lo que ellos mismos apoyan. Durante estos momentos, parece que el odio hacia nosotros supera las causas que defienden.
Pero, una vez más resistiremos, nos hemos unido como un imán que nos atrae sin importar de dónde vengamos o cómo llegamos aquí.
A pesar de episodios oscuros a lo largo de la historia, el pueblo judío ha perdurado. Nos hemos enfrentado a los babilonios, el dominio de los romanos, la Inquisición, los pogromos en Europa y el horror de la Alemania nazi.
Esta guerra ha puesto en evidencia la presencia de millones de personas que desean hacernos daño y eliminarnos, como ha sucedido a través del tiempo. Sin embargo, en estos tiempos complicados, el orgullo por nuestro judaísmo, por el Estado de Israel y su valiente ejército se eleva. Mientras lamentamos a los caídos y anhelamos el regreso de los secuestrados, el pueblo judío alrededor del mundo muestra su determinación inquebrantable. Hoy, más que nunca, gritamos con convicción
¡Am Israel Jai!
En la obscuridad más profunda, encontramos la resiliencia y fortaleza para prevalecer. Israel vive y nuestro espíritu judío brilla con una determinación que desafía el odio y la intolerancia.