Cada año, en Purim, leemos en la Meguilá de Ester cómo en Persia, Hamán, el judeófobo visir del Rey Ajashverosh, maquinó un complot para aniquilar a los judíos del reino, y también cómo el pueblo se salvó gracias a la acción de dos valientes e inteligentes personajes: Mordejai y Ester.
Los años pasan y los tiempos cambian.
Estamos en pleno siglo XXI, pero nuevamente una amenaza existencial para el pueblo judío viene desde Persia, pero esta vez no viene de un consejero real, sino del dictatorial y teocrático gobierno iraní.
Desde la Revolución Islámica y la toma del poder en Irán por parte del Ayatola Jomeini en 1979, el que era un país moderno, con la mirada puesta en occidente, se convirtió en una república teocrática, en la que la represión a las mujeres, a las minorías sexuales y religiosas, y a los disidentes pasó a estar a la orden del día.
La «policía de la moral» iraní tiene como labor perseguir a aquellas mujeres que cometan el grave delito de enseñar un poco de cabello por no usar hijab (o usarla en forma incorrecta), tal como vimos en el muy comentado caso de Jîna Mahsa Amini, mujer kurda asesinada por el régimen por «usar incorrectamente el hijab en público», y un año más tarde, el de Armita Geravand, joven iraní asesinada por no cumplir con el estricto código de vestimenta impuesto. La situación para las personas homosexuales no es mucho mejor, es conocido que dicha orientación sexuales es considerada un crimen punible con la ejecución. Tampoco tienen un buen pasar las minorías étnicas, como los kurdos; y religiosas, como los baha’i, las cuales son fuertemente perseguidas.
Asimismo, desde la Revolución, la política de estado iraní dio un vuelco absoluto en cuanto a su relación con Israel.
Desde entonces, el gobierno de la República Islámica no ha cejado en sus intentos de destruirlo, aún cuando generalmente no realiza ataques directos hacia Israel, sino que se ha hecho de numerosos proxies en la región, ubicados sea en la vecindad misma de Israel -Hamas en Gaza, Hezballah en Líbano, el gobierno de Assad en Siria-, como un poco más lejos -Huties en Yemen-, los cuales han atacado, y siguen atacando, cada vez que tienen la fuerza suficiente para hacerlo, con la más absoluta y vergonzosa complicidad de organismos internacionales, como la ONU y sus agencias.
El ejemplo más reciente de estos ataques lo estamos viviendo desde el 7 de octubre recién pasado, y cada día que pasa nos enteramos de más y más de cómo las agencias de las Naciones Unidas son cómplices hasta lo más profundo de estas organizaciones títeres de la República Islámica de Irán.
No olvidemos que estos proxies también han atacado a personas e instituciones judías fuera de Israel, como muestra cercana a casa tenemos los atentados a la Embajada de Israel en Buenos Aires (1992) y a AMIA (1994), ambos perpetrados por Hezbollah. Y en ambos casos, sus perpetradores no han enfrentado a la justicia.
Mientras tanto, el propio Irán -que ha llamado una y otra vez, en forma pública, a la destrucción de Israel- se encuentra realizando los procedimientos necesarios de enriquecimiento del uranio suficiente para la construcción de armamento nuclear, a vista y paciencia del resto del mundo que no sólo no hace nada por impedirlo, sino que los recompensa con la firma de un acuerdo que les permite el desarrollo de dicho armamento de destrucción masiva.
Ya no estamos en la época del Imperio Persa, ya no se trata sólo de un visir que quiere destruirnos, sino de todo un gobierno, con el respaldo, o la inacción, de los organismos internacionales.
Por lo mismo, ya no basta sólo con una Ester y un Mordejai, por intrépidos, y sagaces que sean, para salvarnos. El pueblo judío necesita un Estado de Israel fuerte, con un ejército capaz, y también necesita de nosotros, de los judíos que vivimos en la Diáspora, apoyando a Israel de la forma en que mejor podamos y sepamos, sea yendo como voluntarios, sea donando dinero, sea intentando influir en nuestros respectivos gobiernos en favor de Israel y su derecho a defensa contra este Hamán moderno, mucho más poderoso, y con tentáculos mucho más largos. Celebremos Purim con ese espíritu.