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Voluntariados en Israel: No hay edad para la solidaridad

A sus 26 y 74 años, Natan Jusid y Henry Bakal viajaron a Israel para colaborar en distintas labores en medio del conflicto. Aunque no participaron en el mismo programa y tuvieron motivaciones personales diferentes, ambos comparten un mismo propósito: ofrecer su ayuda al Estado de Israel.

 

Por: GABRIEL KOENIG

 

Desde que comenzó la guerra el pasado 7 de octubre de 2023, miles de personas de distintas partes del mundo han viajado a Israel para sumarse a programas de voluntariado. Algunos lo han hecho movidos por la necesidad de aportar en un momento difícil, otros han visto en esta experiencia una forma de reconectar con sus raíces o con una causa que sienten cercana. Más allá de las razones personales, todos llegan con un objetivo en común: ayudar en lo que sea necesario.

 

Entre quienes han decidido dar su tiempo y esfuerzo hay personas de todas las edades. Jóvenes que ven en el voluntariado una oportunidad para conocer una realidad distinta y adultos mayores que, con más experiencia a cuestas, sienten que aún tienen mucho por aportar. Aunque sus motivaciones pueden ser diferentes, al final del día comparten las mismas tareas y desafíos, trabajando codo a codo en distintas áreas.

 

Natan Jusid y Henry Bakal son dos miembros de la comunidad judía chilena. Ambos estuvieron en Israel recientemente, ayudando de manera completamente voluntaria en labores de distinto tipo, con distintas motivaciones, y con distintos grupos. Sin embargo, a pesar de encontrarse en etapas de la vida completamente diferentes, los une el deseo de querer generar un impacto tangible en las comunidades de todo Israel.

 

“Sentía que estaba al debe con Israel”

 

A pesar de haber tenido una vida comunitaria activa, Henry Bakal sentía que aún le quedaba una deuda por saldar con Israel. Explica que algunos amigos cercanos fueron como voluntarios a Israel durante su juventud, pero él en ese momento no se atrevió.

 

 “Si bien es cierto, siempre he participado con Keren Hayesod, siempre he participado en comunidades, directorios, vicepresidencias, he tenido una vida en la que he tenido una participación, pero yo me sentía al debe, porque amigos y socios, en un momento de repente, en la guerra de Yom Kippur, en la guerra de los Seis Días, ellos fueron de voluntarios a Israel con 18, 20 años, y yo no tenía quizás la madurez, la motivación como para ser voluntario en ese momento, pero con el tiempo me quedó admirando a los otros, y yo no haberlo aprovechado”, explica.

 

También pensó en viajar a un kibutz junto a su esposa Emily en esa época y “participar de la creación del Estado”, pero nunca se decidieron por completo y se hizo tarde. “Te recibían hasta cierta edad en los kibutzim, y ya a nosotros se nos pasó la hora”, señala.

 

Sin embargo, a sus 74 años, tomó la decisión de realizar un voluntariado con Sar-El, el cual tendría lugar durante el mes de diciembre de 2024.

“Había un momento en la vida que uno tenía que sentir que había hecho algo”, explica Henry. A pesar de la guerra, nunca consideró que eso fuese un obstáculo. “Nunca el motivo de la guerra fue un impedimento”, dice con convicción.

 

En cuanto a la reacción de sus cercanos frente a esta decisión de querer viajar, considerando la edad y el peligro de visitar un país en guerra, Henry comenta que en todo momento su círculo le brindó su apoyo y admiración. “Siempre sentí el apoyo, tanto de mis hijos como de Emily (su esposa), puras felicitaciones de mis amigos, ‘Kol Hakavod’ y todo el asunto”, recuerda.

 

El voluntariado estaba dividido en cuatro partes, una por cada semana. Los viernes les indicaban a dónde serían enviados y cuáles serían las tareas que llevarían a cabo en esa etapa. En primer lugar, Henry fue a Tel Hashomer, donde estuvo armando paquetes de remedios, separando medicamentos vencidos y realizando otras actividades en el ámbito de la salud dentro del hospital Sheba junto con otros 34 voluntarios.

 

“No se entendía de repente si estaba haciendo cosas importantes o no, porque de repente tuve que decir, ‘¿qué está diciendo esta cosa?’ O sea, desarmar productos que ya estaban en un kit, y separarlos, pero al final yo dije, acá no tengo que pensar mucho, o sea, si están pidiendo que lo hagan, hay que hacerlo”, recuerda Henry sobre esta primera experiencia en el voluntariado.

 

La segunda semana Henry estuvo en la base aérea de Ovdá, al sur de Israel. Durante esta etapa ayudaron al mashguiaj y al rabino del lugar a ordenar, separar y revisar alimentos.

 

“Acá nos mandaron a siete, y parece que hicimos un buen trabajo porque nos mostraron instalaciones que cuando yo llegué acá, nadie las había conocido, como mostrarnos toda la zona de la torre de control. Nos hicieron toda la exhibición, y después nos llevaron a ver los aviones F-17. Yo creo que fue un premio porque realmente el mashguiaj y el rabino quedaron muy contentos. Le dimos vuelta la sinagoga, se la limpiamos entera, y a pesar de no tener el idioma, como éramos poquitos, se creó un ambiente muy solidario, de mucha unidad”, comenta Henry.

 

Luego, fue enviado con un grupo de más de 30 personas a un centro de distribución en Beer Sheva. Aquí, Henry dormía en una carpa con literas, “no había ningún confort”, relata. Durante esa semana estuvo armando cajas con diversos productos dirigidas a soldados que se encontraban combatiendo en la frontera norte de Israel, con el Líbano. 

 

Durante esta etapa del viaje, Henry comenta que le pudo tomar un poco el peso a lo que estaba haciendo. Se enteraron de que fue publicado un artículo que tildaba de “milagro” el hecho de que soldados que estaban luchando alcanzaron a recibir estas cajas armadas por las voluntarios justo antes de que comience la festividad de Januca, las cuales contenían, entre otras cosas, las velas y la Januquiá. “Fue importante lo que hicimos. Les llegó, y salió publicado”, recuerda Henry con una sonrisa.

 

En cuanto a las interacciones sociales a lo largo del viaje, Henry explica que esto fue un desafío gigante para él, ya que no hablaba mucho hebreo ni inglés. 

“Todos eran canadienses, ingleses, americanos, franceses, ni uno que hablaba español. Las tres primeras semanas, nadie hablaba español”, recuerda.

 

“Siempre es más fácil viajar acompañado, apechugar acompañado, y yo que no tengo hebreo y mi inglés es muy básico, sabía que iba a ser uno de mis temas débiles, de sociabilidad, de conversar, pero lo tomé también como otro desafío personal”, agrega.

 

También destaca la entrega de los integrantes del grupo durante el viaje a pesar de la edad: 

“Había tres, cuatro jóvenes de 23 a 26, 27, pero la gran mayoría era de 60 para arriba. Matrimonios de 70 a 75 y mujeres de 75 a 80 años. Y la entrega en el trabajo, sobre todo de las mujeres, era impresionante.”

 

Por último, la cuarta y última semana del programa, Henry volvió a trabajar en Tel Hashomer. Ya conocía el lugar y las tareas que desarrollaría. Además, ahí le tóco trabajar con dos argentinos y un puertorriqueño, por lo tanto, “la parte social, cambo drásticamente”, recuerda con alivio. 

 

Su esposa, Emily, cuenta que sus nietos, incluso los más jóvenes, lo ven como un ejemplo de valentía y principios: “Yo tengo nietos de 23 años hasta una chiquitina de 2. Pero para los que tienen mayor conciencia, su abuelo era un héroe. El ejemplo que él les daba era muy grande.”

 

Al final, Henry reflexiona sobre lo que este voluntariado significó para él. 

A pesar de las barreras del idioma y del entorno de la guerra, pudo sentir que cumplió con un compromiso que había postergado por años y superó sus desafíos personales.

 

“Mi opinión personal es que todos deberían apoyar a la causa, y de la manera que puedan nomás, con la motivación que tengan. El que tiene miedo a ir al ejército, bueno, habrá que respetarlo también, y va a poder hacer otras cosas (…). Yo creo que cada cual lleva en su interior el bichito. Cada cual va desarrollando su sionismo propio. Unos lo hacen a través de Jabad Lubavitch, rezando y rezando hasta que venga el mashiaj, para que desde el cielo apoye a Israel, y otros que tienen la necesidad de causarla metiéndose allá adentro, yendo al ejército, yendo a apoyar”, concluye.

 

Voluntariado con la FEJJ

 

Natan Jusid, de 26 años, participó de un viaje a Israel durante febrero de este año, el cual fue organizado por la Federación de Estudiantes Judíos de Chile(FEJJ). En esta oportunidad, 28 jóvenes de entre 18 y 26 años realizaron voluntariados, participaron de capacitaciones y aprovecharon de recorrer algunos de los lugares más importantes del país.

 

Siempre muy activo dentro de la comunidad y al tanto de lo que ocurre en Israel, Natan cuenta que no se le había pasado por la cabeza participar de un voluntariado debido a las largas horas de vuelo y la gran inversión económica que conlleva un viaje hasta allá. Sin embargo, una vez que vio la publicación en Instagram de la FEJJ acerca de esta oportunidad, y conversando con cercanos, se autoconvenció de que “sobre todo, este era el momento para ir, para poder palpar la situación de cómo se está viviendo allá”.

 

Durante el programa de voluntariado, el grupo de jóvenes colaboró en la preparación de comidas que serían enviadas a soldados a lo largo de Israel. 

Esto incluyó la preparación de sándwiches, el corte de frutas y verduras para ensaladas, entre otras tareas, comenta Natan.

 

Otra de las actividades realizadas en el voluntariado, consistía en sacar y ordenar flores y maceteros en una plantación que se vio afectada por el exceso de lluvia. “Se notaba como la gente estaba muy, muy agradecida. Para los israelíes es muy loco que nosotros vayamos para allá. Cuando les decíamos que habíamos ido desde Chile, no se la creían, te juro. Nos decían, ‘¿pero por qué? ¿Por qué lo están haciendo?’”.

 

“Traté de hablar con Israelíes. O sea, tanto la gente de ahí en los voluntariados, como en plazas, en la calle. Y de verdad que no les entra en la cabeza. Porque si bien nosotros desde la diáspora tenemos esta conciencia de que Israel es el país judío y es nuestra casa, tenemos un sentido de pertenencia muy fuerte. Si bien lo ven desde ese punto, también lo ven desde el lado de la nacionalidad, que ellos nacieron ahí, tienen su vida ahí, sus familias, sus amigos… Pero que vaya gente, tome un vuelo de 25 horas para ayudar, aunque sea 3 días, 4 días, 1 semana, para poder ver a su familia, para poder entender lo que está pasando, les explota la cabeza. Están como muy, muy agradecidos”, explica.

 

Más allá de la ayuda concreta que pudieron entregar, el mayor impacto del voluntariado, según Natan, estuvo en las conexiones humanas que establecieron en el proceso. 

“Entonces, con esos granitos de arena, sí, éramos conscientes de a dónde llegaba, pero yo creo que lo que más nos pegaba y sentía era con la gente que estábamos compartiendo mientras que hacíamos el voluntariado”, reflexiona.

 

Por otro lado, Natan aprovechó este viaje para intentar involucrarse en lo que vive la sociedad israelí en la actualidad, considerando especialmente la guerra que ha azotado al país enormemente. En ese sentido, Natan participó de la manifestación masiva realizada el pasado 17 de enero en las calles de Tel Aviv. Ese día se cumplieron 500 días desde que comenzó la guerra y miles de israelíes salieron a protestar.

 

“No lo podemos vivir, no lo podemos entender del todo, pero uno puede tratar de acercarse, conversando, literalmente.  Y eso es lo que traté de hacer en el viaje. Y en esta marcha también me acerqué como a cuatro personas, con mucho respeto y no haciendo preguntas muy incisivas, como con qué sensaciones estaban, literalmente, como qué estaban sintiendo, cuáles eran sus deseos, cuáles eran sus expectativas, etc. Y me encantó conectar de vuelta con lo que siempre hablamos, que es, como más allá de todo lo que se puede decir, la libertad de expresión que hay dentro de Israel, la diversidad de opiniones”, comenta.

 

Uno de sus mayores temores antes de viajar era encontrarse con una sociedad endurecida por el dolor de la guerra. “Yo desde acá tenía un miedo muy grande de que se hubiese tornado una sociedad mucho más violenta, vengativa, con todo lo que pasó el 7 de octubre. Y lo entendía, tampoco me gustaba, pero lo entendía desde lejos. Pero digo, que lata que Israel, que es el país que tanto nos representa, ahora tengo el miedo de enfrentarme a una sociedad que quizás lo único que quiere es matar.  Y no fue así, la mayoría de la gente con la que hablaba era gente que quería que se terminara la guerra, que volvieran a ser secuestrados, no estaban ni ahí con seguir bombardeando Gaza. Decían ‘quiero que se acabe, que enjuicien a Netanyahu y que vuelvan los secuestrados, que se termine’”, relata.

 

En esa línea, Natan reflexiona acerca del sentido de la experiencia vivida en Israel, y menciona que no lo hizo por algo “racional”, sino que su objetivo era acercarse a las “sensaciones de la sociedad israelí, con cómo está yendo, hacia dónde está yendo Israel como país”. De esta manera, Natan destaca que pudo volver a conectarse con la sociedad israelí luego de este viaje: “Siendo brutalmente sincero, porque así vale la pena, yo me amigué y me acerqué mucho de vuelta con la sociedad israelí.”

 

“Pude conectar mucho con el dolor de la sociedad israelí y también con su libertad para poder desahogarse y acusar a quien quería acusar y pedir lo que quisiera pedir. De ahí a que se cumpla es otra cosa, pero tienen la libertad para movilizarse”, agrega.