Diciembre es habitualmente un mes de alegría. Januca es una de las más lindas celebraciones donde recordamos el triunfo de los Maccabim sobre los griegos selucidas y el posterior milagro del aceite que no se consumió y permitió que que la llama del Templo siguiera ardiendo.
Este año al celebrar Januca, al igual que tantas otras veces en el pasado, nos sentimos amenazados por un enemigo que no tiene ningún límite a la hora de actuar.
En la época de la revuelta Maccabea, los griegos buscaron eliminar a los judíos de Israel, desacralizando el Templo por medio de la imposición de los dioses, y luchando contra los israelíes que se atrevieron a contradecirlos.
Hamas y los otros grupos terroristas que atacan hoy a Israel se encuentran en una misión similar: dañar y destruir a los judíos de Israel y, de paso, destruir todo lo que somos y lo que hemos creado.
Esto no es una sorpresa para quienes conocemos sus orígenes, sus declaraciones y las acciones que han emprendido desde sus formaciones. Al contrario, lo que sorprende es la reacción de quienes afirman que se trata de “resistencia”, “libertad” y “heroísmo” y no de grupos que buscan cobardemente justificar sus acciones de cualquier forma y que no han logrado absolutamente nada más que esparciendo dolor y muerte entre sus enemigos, y peor aún, entre su propia gente.
Pero, la guerra hoy no se libra únicamente en suelo israelí. Como hemos visto en la mayoría de los países del mundo occidental, especialmente en aquellos que han declarado estar de parte de Israel, han surgido manifestaciones antisemitas y anti Israel. Chile, por supuesto, no ha sido la excepción. Aunque menos violentas que las manifestaciones de países europeos, o incluso de Estados Unidos, los judíos chilenos nos sentimos permanentemente amedrentados por mensajes de odio y demostraciones públicas que piden la destrucción del estado de Israel.
La reacción de nuestras comunidades ha sido ejemplar y el sionismo cobra hoy un nuevo impulso entre quienes vivimos en la diáspora.
Frente al negacionismo de los gobernantes, las medias verdades en medios de comunicación y el odio desatado en redes sociales, judíos de todo el mundo nos hemos unido para defender con las uñas a nuestra patria ancestral en todos los ámbitos en los que nos ha sido posible, realizando, por ejemplo, manifestaciones solicitando el retorno de los rehenes y campañas recolectando fondos para distintas instituciones.
Y entre tanta oscuridad y dolor nuestro pueblo y el Estado de Israel han sido una luz y una fuente de profundo orgullo. Lejos de dejarse llevar por la desolación, los ciudadanos israelíes se apoyaron entre ellos en el duelo al tiempo que se organizaban para ir en ayuda a quienes habían perdido a sus familias y sus hogares, para que a ninguno le faltara comida, ropa, casa o colegio para sus hijos. Miles de ciudadanos que acudieron a donar sangre para los heridos, haciendo colapsar el sistema de donación. Israelíes que se encontraban alrededor del mundo -estudiando, trabajando o vacacionando- dejaron sus planes personales de lado para ir a defender su nación y su gente.
El sionismo hoy no es solo creer en la necesidad de la existencia de un Estado nacional para el pueblo judío. No es solo defender ese Estado donde sea que nos encontramos.
El Sionista hoy es estar orgullosos de un Estado que se preocupa de que todos y cada uno de sus ciudadanos vuelva a casa.
Y, sobre todo, de los israelíes que frente a la adversidad y en una situación devastadora, se levantaron y mostraron que el mismo espíritu que alentó alguna vez a los Maccabim permanece: luchar por nuestra existencia, y hacerlo cada vez que sea necesario.
Las velas de Jánuca representan el milagro de la victoria del pueblo judío sobre un enemigo poderoso, y la fuerza de nuestro pueblo. Hoy que un nuevo enemigo, quizás no tan poderoso pero sí extremadamente peligroso, se alza en nuestra contra, debemos confiar en que el pueblo de Israel saldrá victorioso, como lleva haciéndolo en su tierra por miles de años.