El Holocausto fue una catástrofe y una herida en la historia de la humanidad durante el siglo XX. Una cicatriz indeleble que recuerda a una ideología totalitaria, el exterminio sistemático de millones de judíos y de otras minorías, bajo un supuesto mandato racial y de liberación. Una matanza irracional y planificada en manos de jerarcas y un líder absoluto del terror. En Europa, interpretaron la “naturaleza humana” y se convirtieron en dioses con la capacidad de eliminar “individuos” y “enemigos”, en favor de la especie (nazis) y la historia (comunistas). Millones de inocentes traslados a campos de concentración junto a una propaganda puesta al servicio de la desinformación que, alteró la realidad y recubrió al inocente de una dualidad siniestra: seres sospechosos y culpables.
El judío es acusado y discriminado. A pesar de todo y de todos resiste la propaganda mediática y la violencia antisemita que se esparce en las redes sociales y en el mundo. Israel, convive con alarmas, atentados y distorsiones en la información, esas “verdades” que se instalan en las simplistas y decadentes sociedades occidentales. La matanza planificada del 7 de octubre de 2023, confirma todo lo anterior. Los primeros relatos de los liberados son escabrosos tras el cautiverio infeliz, cuya única “culpa” fue estar en territorio israelí en el momento equivocado. De víctimas pasaron a victimarios, a opresores de los “desplazados” y testigos de un “intercambio de rehenes”, confundiendo secuestrados con presos. Ni hablar de la puesta en escena de la organización terrorista que humilla hasta el último segundo con gritos, armas y certificados. Lo llamativo es que la condena a Hamás no es unánime antes ni después del fatídico octubre.
En Chile, las franjas se confunden y la libertad de opinión considera interpretaciones parciales, por ejemplo, la comparación entre Gaza y Auschwitz, además de otros espejismos en el desierto, pero son ilusiones. Tras 80 años, recordamos ese campo de concentración deshumanizante que eliminó a “enemigos” y “distintos”, fueron millones los inocentes sin derecho a nada. Una empresa del terror con total desprecio por el otro. Un plan ejecutado y evidenciado en fuentes históricas y en sobrevivientes. No es posible equiparar el pasado con el presente ni comparar hechos históricos. Cuidemos la libertad de expresión de esta franja porque en la otra no existe.
Sobre el eventual genocidio en Gaza, los prejuicios anclados al pasado suenan bien, pero dicen poco. Debemos ser responsables con los conceptos y juicios históricos, más aún en tiempos de desinformación y polarización. Ya lo dijo Savater, los genocidas son los que “tienen el propósito explícito de acabar con los judíos por ser y sólo ser judío”. En esta franja y en otros lares, hemos escuchado ese odioso mandato que dice “desde el río hasta el mar”. Aunque suene impopular, el Estado de Israel aplica la fuerza con el fin de defenderse de quienes “atentan contra sus ciudadanos desde hace décadas”. Fuerza y violencia no son lo mismo.
No es justo relativizar la Shoá, ni comparar hechos desde una “causa palestina”, menos en los tiempos actuales, hacerlo no se condice con los dolores propios ni ajenos. Gaza es víctima de Hamás. Occidente tiene que reaccionar de su letargo culposo. Todo fanatismo es un camino sin salida, la intolerancia persigue infieles y enemigos mediante la violencia política, el odio y el victimismo. Sin compasión por los pequeños y colorines Bibas que se mantienen en cautiverio. Tal vez, la llegada del controvertido Trump reordene el tablero mundial, detenga la implosión occidental y enfrente a esos impensados apoyos cómplices del mundo libre.
Rodrigo Ojeda – Profesor de Historia