En la conmemoración del Día de la mujer en la residencia Beit Israel este año 2024, mi madre, ‘Cora Carreño de Bitran’ fue invitada a dar su testimonio. Conversando con ella, que hoy tiene 97 años, reconstruí parte de la historia que les resumo hoy, para la Revista Shalom.
Corría el año 1948; mi madre tenía 21 años y estudiaba Derecho en la Universidad de Chile. Conmovida por la discriminación que sufrían las mujeres en la vida pública chilena, se unió al movimiento universitario por las reivindicaciones de la mujer. Este movimiento fue uno de los diversos grupos que apoyaron el esfuerzo de las sufragistas chilenas, Elena Caffarena y Amanda Labarca, quienes formaron el Comité Nacional pro-Derechos de la Mujer en 1933. El movimiento sufragista buscaba “consagrar los derechos políticos y civiles para la mujer, la protección del niño y la maternidad, promover la liberación social, económica y jurídica de la mujer y lograr la no−discriminación de las mujeres por raza, religión o credos políticos”.
En 1948, cuatro años antes que se promulgara la ley que concedía el derecho a voto a la mujer, mi madre fue, junto a otras estudiantes universitarias, al Congreso Nacional para presionar a los parlamentarios a aprobar esta ley.
Por esos misterios de la vida, la dirigente universitaria designada para hablar no estaba presente y mi madre, sin haberse preparado para ello, tomó su lugar diciendo:
«Queremos hacer sentir a los señores congresales que, tras el movimiento, hay un espíritu fuerte, una voluntad inquebrantable para conseguir, hoy, la plenitud de nuestro pensamiento y acción políticos…».
Esta frase, que pudo haberse perdido en la historia quedó registrada en alguna dimensión y -70 años después- se la encontró su nieto, Yair Bitran Rezepka en un texto de la Prueba de Selección Universitaria. La sorpresa de Yair fue inmensa y le dio a mi madre una tremenda alegría de ver que sus ideales perduraron y gracias a una coincidencia tremendamente improbable, llegaron a las manos de su nieto.
Esta anécdota revela el misterio de lo fortuito, pero a la vez, un rasgo propio de Cora: su capacidad de identificar las oportunidades y hacer lo mejor de ellas con visión, perseverancia y esa ‘voluntad inquebrantable’ de la que hablaba en su juventud.
Su vida es testimonio de estos valores: desde el amor inquebrantable por mi padre, Raúl Bitran, su compromiso con el judaísmo, su carrera profesional como Jueza y ministra de la Corte de Apelaciones, su sentido de vida y su amor por nosotros, sus 5 hijos.
Me alegra mucho poder compartir con ustedes estos destellos de la vida de mi madre.
Shalom
Marcela Bitran