La retórica del “pero”
El 07 de octubre el mundo despertó asombrado y en shock ante la barbarie que estaba cometiendo Hamas en contra de la población de Israel. Nadie en el planeta podía creer las informaciones que llegaban sin cesar, describiendo asesinatos, violaciones, raptos y cientos de vejámenes para los cuáles no existen palabras. Los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania, Canadá y tantos otros no dudaron en condenar lo que estaba pasando. Los presidentes de Argentina y Brasil, que históricamente han comulgado con la causa palestina, expresaron rechazo y condena inequívocos en contra de Hamas.
En Chile no hubo condenas firmes por parte del gobierno.
Por el contrario, asistimos a declaraciones erráticas, sin mucho sentido, acompañadas del sempiterno “pero”, donde se condenaba los ataques de terroristas, pero…; se lamentaba la cifra de muertos, pero…; se mencionaba las violaciones a los derechos humanos contra los israelíes, pero…
Durante días presenciamos debates sobre si estos actos eran terrorismo (pero…) o simplemente “acciones legítimas” de la resistencia palestina (sin peros). Los vimos en la prensa y en redes sociales. Los escuchamos en nuestros lugares de estudio o trabajo.
¿Qué significan estos “pero”? La respuesta parece clara: son el deseo de jugar al empate, de relativizar las muertes de personas inocentes, porque su muerte podría no significar tanto como la muerte de alguien que se encuentra a un kilómetro de distancia. ¿Hay gente que merece ser masacrada? ¿Es legítimo raptar a mujeres y niños por el color político de su gobierno?
Todas las vidas valen lo mismo, pero quizás hay masacres que son menos masacres o captura de rehenes que tienen sentido.
Israel contraatacó, ejerciendo no solo su derecho a la legítima defensa frente al ultraje llevado a cabo por Hamas, sino también el derecho a proteger a sus ciudadanos y recuperar a los rehenes, y los juicios no se hicieron esperar. Surgieron de inmediato los “Israel es un estado apartheid”, “la opresión israelí”, “los colonos judíos de Gaza”, “los judíos hacen con los palestinos lo mismo que Hitler hizo con ellos” y tantos otros, todos acompañados -antes o después- de “pero yo no soy antisemita, soy antisionista”.
Es lamentable como una y otra vez hay que señalar que todos esos comentarios sí son antisemitas. No hay dudas, no hay “peros”. Todas esas observaciones vienen de antiguos y nuevos prejuicios en contra de los judíos. Quizás no lo parezca a primera vista, pero no hay espacio para pensar que estas ideas no estén ancladas en la forma más antigua de discriminación racial y religiosa de la humanidad: el antisemitismo. Pero pareciera que 78 años de buenas palabras tras el fin de la Segunda Guerra Mundial no han sido capaces de superar prejuicios arraigados en lo más profundo del inconsciente colectivo de occidente.
En 1897, Theodor Herzl junto con otros prominentes intelectuales europeos, horrorizados ante el juicio en contra de Alfred Dreyfus en Francia, se reunieron para dar pie al Primer Congreso Sionista. Tras tres días de reuniones, la conclusión fue evidente: era necesario que el pueblo judío tenga un Estado propio en su tierra ancestral. Un Estado fuerte, que los cobije, pero que también los defienda de ser necesario. Porque habían entendido que fuera de algunos valientes como Émile Zola, que pagó con exilio el haber publicado su artículo “J’accuse” (“Yo acuso”) señalando al estado francés como antisemita, muy pocos alzarían su voz para proteger y defender a los judíos de los prejuicios, discriminaciones y violencia de los que eran objeto.
Hace 75 años, con la fundación del Estado de Israel, ese sueño se hizo realidad.
Desde que se declaró la independencia, Israel le ha demostrado al mundo la fortaleza y resiliencia del pueblo judío. Israel hizo florecer el desierto y secó los pantanos; pobló zonas áridas, abandonadas por cientos de años; creó universidades que se encuentran entre las más destacadas y respetadas del mundo; desarrolló tecnología de punta, solo por nombrar algunos logros que ningún país vio venir cuando le permitieron a los sobrevivientes de la Shoa tener su propio Estado. También ganó las guerras en las que se vio involucrada en contra de su voluntad, aunque a un costo altísimo de vidas humanas.
Al momento de escribir estas líneas, una nueva guerra que tampoco se buscó está en sus primeras fases. Esperamos que cuando se publiquen, la guerra haya terminado y la paz reine nuevamente en Israel. No sabemos si esto último será así, pero sí estamos seguros de una cosa: Israel prevalecerá y vencerá a quienes, por medio del terror, buscan una y otra vez destruirla.
Porque Israel es nuestra tierra. Israel es el hogar nacional del pueblo judío y estamos allí para quedarnos. Así de claro, sin peros.