Yajad nenatzeaj – Unidos venceremos.
Por Consejo Chileno Israelí
Mark Twain dijo que la historia no se repite, pero rima, y parece que tenía razón. Somos un pueblo complejo, siempre lo hemos sido, de ahí viene el famoso refrán que reza que, donde hay dos judíos, hay tres opiniones. La mayoría de las veces nuestros diálogos y disputas son enriquecedoras, el propio Talmud y la Mishná no son sino compendios de discusiones rabínicas que dieron forma a nuestra religión y moldearon nuestras prácticas. Nuestra afición al debate nos ha llevado a producir genios entre nuestro pueblo, en las más variadas áreas del saber, quienes han empujado los límites del conocimiento humano, ampliándolo cada vez más.
Sin embargo, no todo disenso ha sido positivo. Las divisiones que hemos creado dentro de nuestro pueblo también han sido fuente de debilidad y, finalmente, de destrucción. El primer período de soberanía judía, el Reino de Israel, se dividió por disensos internos, y los dos reinos resultantes, el de Israel y el de Yehuda, débiles en comparación con el reino unificado, cayeron presa de las invasiones asiria y babilonia respectivamente, y terminaron con la destrucción del Primer Templo y el primer exilio.
El segundo período de soberanía judía, que comenzó con la Revuelta de los Macabeos, pronto fue presa de la división entre grupos rivales, llegando a extremos de guerras civiles entre las distintas facciones que tenían diferencias, supuestamente, irreconciliables. Todos sabemos cómo terminó esa parte de la historia, con Roma conquistando Jerusalem, destruyendo el Segundo Templo, y dando inicio al segundo exilio, el más largo del que se tenga memoria.
En 1948 se concretó el sueño de casi dos mil años. Luego de mucho trabajo, organización y lucha, el pueblo judío logró nuevamente la tan anhelada independencia y soberanía en su tierra.
De más está decir que el camino no estuvo libre de disenso; comenzando incluso desde el hecho mismo de la necesidad o conveniencia de luchar por un Estado, pues no faltaban quienes, cómodos en sus lugares de residencia, no consideraban imperioso el tener una tierra propia en la cual gobernarse a sí mismos, lamentablemente, no tuvo que pasar mucho tiempo para que la propia historia los desmintiese. Se debatió el carácter que debía tener el Estado, hubo incluso algunas voces clamando por crear un hogar nacional en otro lugar, fuera de la Tierra de Israel, a modo de refugio urgente para los judíos perseguidos.
Pese a todas las diferencias y múltiples opiniones, el Estado Judío fue (re)establecido, pero no por eso acabaron los conflictos dentro del pueblo judío. Diferencias religiosas entre ortodoxos y seculares, diferencias políticas entre izquierda y derecha, diferencias culturales entre los judíos llegados desde distintas partes del mundo, diferencias entre los judíos de Israel y los judíos de la Diáspora, sin dejar de lado las diferencias entre las distintas formas de ver -e intentar resolver- el conflicto con los países árabes circundantes y con los palestinos. No olvidemos que esos mismos disensos llegaron al punto tan lamentable y extremo del asesinato del Primer Ministro Itzjak Rabin (Z.L).
Desde la Diáspora quizá no esté entre nuestros recuerdos más inmediatos, pero hasta hace no mucho tiempo atrás, Israel vivió momentos de gran división, protestas masivas contra el gobierno y su pretendida reforma judicial, posiciones muy disímiles y un distanciamiento entre hermanos como no se había visto en mucho tiempo.
Sin embargo, el fatídico 7 de octubre cambió todo.
La masacre nunca antes vivida en Israel, la matanza más grande de judíos desde la Shoá, significó un punto de quiebre.
A diferencia de las dos crisis existenciales previas, en las que los disensos y las diferencias en el pueblo llegaron a extremos irrecuperables, la tragedia ocurrida hace solo unos meses generó un sentimiento de unión no sólo en todo Israel, sino también entre nosotros, los judíos que vivimos en todo el resto del mundo. Dejaron de importar nuestra afiliación política, nuestro nivel de religiosidad, nuestro bagaje cultural. En el momento más álgido y de mayor sufrimiento para el pueblo de Israel en su conjunto surgió un lema «Yajad nenatzeaj», «Unidos venceremos».
Entendimos que sólo la unidad, la hermandad, el ser un solo pueblo y una sola familia puede evitar la debacle total. Nuestra tarea -de todos- es mantener la unión.
Por supuesto que tenemos diferencias, formas distintas de pensar, de ver el mundo, de actuar, de creer o no creer, de rezar o no rezar; pero no debemos olvidar nunca que, en el fondo, somos uno, que nuestras discusiones deben ser constructivas, deben ser motores de cambio y de mejora. Que la unión no sólo hace la fuerza, sino que nos impulsa a ser mejores.
Recordemos siempre que tenemos un mismo origen y un mismo destino. Am Israel Jai.