SHALOM

Editorial Febrero

El reciente acuerdo entre Israel y Hamás para la liberación de rehenes ha llenado nuestros corazones con emociones encontradas. Por un lado, la alegría indescriptible de ver a algunos de los jatufim (secuestrados) regresar a los brazos de sus familias, un momento que ilumina incluso los tiempos más oscuros. Pero, por otro lado, nos invade un sabor agridulce: esta alegría está manchada por las incertidumbres, las ausencias y las decisiones difíciles que este acuerdo implica.

Cada rehén liberado es un recordatorio poderoso de la resistencia del espíritu humano. Sin embargo, también lo es de aquellos que aún permanecen en cautiverio. Sus nombres y rostros siguen siendo una plegaria constante en nuestras comunidades. La falta de información sobre su estado—si están vivos o no—es un peso insoportable para sus familias y para todos quienes comparten su angustia.

El acto de “negociar” con organizaciones terroristas como Hamás plantea dilemas morales y de seguridad que son tan viejos como complejos. En este caso, los acuerdos han incluido la liberación de prisioneros que, en el pasado, han cometido actos atroces contra civiles israelíes. Imposible no pensar en Sinwar, responsable del ataque del 7 de Octubre y liberado en una negociación anterior…  ¿Cómo garantizar que estas personas no vuelvan a poner en peligro vidas inocentes? Imposible. 

Sin embargo, rescatar a un rehén, incluso si ello implica un costo inmenso, es una expresión de la santidad de la vida y de la solidaridad que nos une como pueblo. Pero esto no elimina la necesidad de cuestionar, reflexionar y buscar un equilibrio entre nuestras aspiraciones morales y la realidad política que enfrentamos.

Es fundamental continuar exigiendo que todos los rehenes sean liberados, que se revele la verdad sobre aquellos cuyo paradero es desconocido y que se garantice la seguridad de nuestras comunidades.Febrero nos encuentra con el corazón dividido, pero también con la convicción de que la lucha por la vida y la libertad siempre vale la pena.