Por: Ronit Bortnick
El 27 de enero de 1945, el campo de concentración de Auschwitz fue liberado por el Ejército Rojo, marcando el fin de uno de los capítulos más oscuros de la historia. Este día, en el que recordamos la liberación de más de un millón de personas que perdieron la vida en Auschwitz, también se celebra como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
A 80 años de esa liberación, el testimonio de sobrevivientes como Marta Neuwirth nos recuerda la importancia de mantener viva la memoria histórica. Su relato no solo honra a las víctimas, sino que nos invita a reflexionar sobre los horrores del pasado, la necesidad de prevenir que tales atrocidades se repitan, y el valor de la resiliencia humana. En este día, más que nunca, debemos comprometernos a combatir el odio, preservar la dignidad humana y enseñar a las nuevas generaciones la lección de nunca olvidar.
Auschwitz, ubicado en Polonia, fue el campo más grande establecido por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Ahí, los alemanes asesinaron en las cámaras de gas a aproximadamente un millón de judíos. Marta Neuwirth (95), quien era solo una adolescente al llegar a este lugar, cuenta su historia 80 años después de la liberación del centro.
Se dice que, durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis fabricaron jabón a partir de los prisioneros de los campos y se distribuyeron allí. Marta Neuwirth, quien estuvo aproximadamente un año en Auschwitz, cuenta que: “Yo estaba trabajando una tarde en la barraca y siempre había una señora que la manejaba (…). Entonces la señora que mandaba ahí nos juntó a todos para que nadie salga y dijo: ‘Voy a repartir jabón color calipso y no pueden salir todavía, estoy esperando a que se vayan los alemanes, porque los alemanes trajeron esos jabones’. Entonces, ella dijo que ‘estos jabones van, de a poco, altiro al wáter y lo tiran, porque este jabón es de nosotros’. En Auschwitz hacían jabones color calipso y ovalados, y los repartieron a nosotros”.
80 años más tarde, en su departamento de Santiago de Chile, Marta Neuwirth relató los horrores que vivió durante su estadía en Auschwitz y luego en el campo de concentración de Bergen-Belsen, ubicado en el norte de Alemania.
El camino y la estadía en Auschwitz
Marta Neuwirth Grossman nació el 27 de febrero de 1929 en el pueblo húngaro de Vásárosnamény, allí vivía con sus padres y su hermano menor. “Vengo de una familia religiosa, mi abuelito era rabino y mi papá iba a la yeshivá. Yo creía en Dios y hasta hoy lo mismo”.
Neuwirth inicia contando que su papá fue el primero en desaparecer, afirmando que los alemanes se lo llevaron dos años antes de que ella fuera deportada a Auschwitz, es decir, en 1942. “La Cruz Roja le mandó una carta a mi mamá en donde se le daba por desaparecido (…). Nunca más supimos de él”.
Luego de la desaparición de su padre, Neuwirth, junto con su madre y su hermano, fueron trasladados a Checoslovaquia y posteriormente a Auschwitz, ubicado cerca de la ciudad polaca de Cracovia. De acuerdo con la Enciclopedia del Holocausto, este gigante campo estaba conformado por tres subcentros: Auschwitz I, Auschwitz II (Birkenau) y Auschwitz III (Monowitz).
Marta Neuwirth llegó a Auschwitz cuando tenía 15 años. “Bajé del tren con mi mamá y mi hermano de 12 años. Caminamos y llegamos a una parte donde había muchos militares alemanes esperando”. Según cuenta Neuwirth, los dividieron en dos grupos: izquierda y derecha, buscando a los prisioneros más aptos para trabajar. “En el caso mío, le preguntaron a mi madre cuántos años tenía y ella dijo 16. Ahí había hombres judíos trabajando y ellos le dijeron en yiddish que dijera más años, apuntándome. Por algo le estaban diciendo”. Ahí, el soldado alemán la separó de su madre y de su hermano: “Nunca más vi a mi mamá y a mi hermano, nunca más. Ellos se fueron al crematorio, pero en esa época yo no lo sabía”.
Tras la separación, le cortaron el pelo y le dieron ropa hecha de sacos. Posteriormente, le tatuaron el brazo izquierdo y le asignaron tareas forzadas.
“A mí me tocó trabajar con la ropa de los gaseados, había bodegas grandes llenas de ropa”. Allí le enseñaron qué hacer con las vestimentas: “Una falda tiene que ir con una falda, un chaquetón con un chaquetón. Pusieron unos tarros grandes y ahí teníamos que tirar las joyas que encontráramos”.
Además, Neuwirth cuenta algo que considera “inolvidable” de su trabajo: “El crematorio no era lejos de la bodega de la ropa (…) usted no tiene idea de qué olor tenía Auschwitz (…) un olor espantoso era, pero uno no sabía (de dónde venía) el olor que sentíamos. Quién se va a figurar (sic) de qué se trataría”.
Respecto a la comida, Neuwirth dice que le daban un pan negro y algo que “decían que era café, pero eso no era café” que debía durarles todo el día.
Liberación de Auschwitz y las marchas de la muerte
Marta Neuwirth estuvo en Auschwitz hasta poco antes de la llegada del Ejército Rojo y la posterior liberación del campo, el 27 de enero de 1945. Ella formó parte de una evacuación forzada del centro, también conocida como marcha de la muerte.
De acuerdo con la Enciclopedia del Holocausto, casi 60.000 prisioneros de Auschwitz se vieron obligados a realizar una marcha de la muerte, donde sufrieron maltratos y muchos fueron fusilados por no poder seguir el camino. Tras la caminata, terminaron en trenes de carga con dirección a campos de concentración en Alemania.
Neuwirth relata su experiencia en la marcha: “El mismo camino estaba lleno con (sic) cadáveres, altiro disparaban y caían ahí. Llegamos a Polonia y había ahí trenes esperando y a mí me tocó Bergen-Belsen”.
Bergen-Belsen y el fin de la guerra
Situado al norte de Alemania, Bergen-Belsen fue un campo de concentración establecido en 1943 para prisioneros que iban a ser intercambiados con alemanes que estaban encarcelados en países aliados. A finales de ese año, el número de personas allí ascendía a 15.000 y, para 1944, se convirtió en un campo de concentración “regular”.
Al campo le faltaban alimentos, agua potable y servicios sanitarios, por lo que las enfermedades eran bastante comunes. Estas condiciones empeoraron cuando miles de prisioneros llegaron al centro tras las marchas de la muerte. Neuwirth explica que en Bergen-Belsen “no había crematorios, pero había otra cosa espantosa: tifus, mucho tifus y hambre hasta el máximo, porque había días en los que sencillamente no llevaron comida”.
Allí, cuenta Neuwirth, estuvieron hacinados en las barracas y con el suelo lleno de cadáveres, ya que la gente no tenía la fuerza suficiente como para recogerlos. “Ahí aprendí una cosa: que los que se mueren de hambre, generalmente, se mueren rosaditos y se ven gorditos, se hinchan (…). Ahí murió mucha gente, los que sobrevivieron a Auschwitz”.
Bergen-Belsen fue liberado por el ejército británico el 15 de abril de 1945, cuando Marta Neuwirth tenía 16 años. Según cuenta, los aliados “se largaron como locos a hacer alimento: panes y leche condensada. Muchos de los que sobrevivimos Auschwitz murieron en Bergen-Belsen porque comieron como locos”. Posteriormente, se construyeron hospitales para controlar la propagación de enfermedades.
“Un día sentimos que tocaban las campanas y mucha gente salió de las barracas gritando ‘terminó la guerra’. Yo estuve muy mal, fue un milagro que me haya quedado con vida”, recuerda Neuwirth. Estuvo dos o tres días en el hospital montado allí. Al despertar vio “una señora, alta, con una cruz roja que estaba al lado de mi cama y hablaba, pero yo no entendía nada, porque no hablaba inglés”.
Chile: un nuevo hogar
Al mejorar, Marta Neuwirth fue trasladada a Suecia en un barco de la Cruz Roja. Allí fue al colegio e hizo amistades. Un día, dos hombres de una organización judía pasaron recopilando nombres de familiares que ella tuviese en otro país:
“Yo no sabía si alguien vivía de mi familia, pero sabía que había un hermano de mi padre en Chile, nada más”, recuerda.
Estos dos hombres encontraron rápidamente a su tío, quien se puso en contacto con el colegio en el que ella estaba en Suecia. Uno de sus profesores la dejó en el barco con dirección a Valparaíso, trayecto que le tomó seis semanas en realizar. Llegó a Chile con 16 años y medio.
En Chile, Neuwirth fue a varias citas médicas, ya que sufría de jaquecas. “Me costaba dormir y me dolía mucho la cabeza. Esto fue cuando recién me casé”. Conoció a su marido en un cumpleaños y a los 18 años se casó. Ella cuenta que tiene tres hijos, ocho nietos y 22 bisnietos.
Vuelta a Auschwitz
Sin especificar el año, Neuwirth recuerda que volvió al campo con una de sus hijas: “Yo quería ir de nuevo, porque yo quería ir a rezar allá (…) Fue tremendo para mí ver de nuevo todo esto, era espantoso”.
Además, ella recuerda que le llamó la atención que fuera gente no judía: “Allí encontramos un horno abierto y unas lindas flores ahí colocadas. O sea, fue alguien que no era judío, pero le impresionó y dejó ahí las flores”.
Hasta el día de hoy, Neuwirth no entiende por qué no bombardearon las líneas férreas para detener los traslados: “Nosotros, en Auschwitz, mirábamos el cielo preguntándonos cuándo sería que bombardeen. Nunca. (…) Yo no perdono y no olvido, eso siempre está delante de mí y no hay perdón”.
Sobre su vuelta a Auschwitz, Marta Neuwirth reflexiona: “¿Qué pasa con la gente que sobrevive después de una cosa así? Cuando alguien sobrevive a algo muy, muy espantoso, queda dañado indiscutiblemente. Si es fuerte, porque no todos son iguales, lucha para vivir con los demás. Hace un paquetito de los malos ratos, de los sentimientos. Trata de dejarlos en un rincón y trata de marcar pasos en una nueva vida”.